La pulsión de muerte ronda permanentemente por las noticias y los comentarios constantes, se resignifican pérdidas anteriores y se temen pérdidas futuras. Aparecen miedos nuevos o que ya se habían superado, pesadillas y trastornos del sueño como una manera de depositar y tramitar allí la angustia que se vive.
Muchos padres, asustados, transmiten sin intención el mensaje de que quien debe proveerles seguridad tiene temor. A ello se suma la falta de actividad física y libertad de movimientos que se expresan con fastidio y malhumor.
“Los niños -algunos más, otros menos- escuchan hablar sobre la muerte y cada chico interpreta la realidad como puede: a algunos no les pasará nada, y otros se asustan. Y el que se asusta lo procesa como puede, con el tiempo, sigue procesando la realidad y si la procesa mal puede elaborar distintos conflictos”, revela el médico psiquiatra y neurólogo Enrique De Rosa.
Agrega que, el niño interpreta que la distancia social implica que hay que tenerle miedo a la gente, y además ahora la gente anda por la calle con máscarillas.
Para Paula Otero, médica pediatra, los chicos tienen los sentimientos a flor de piel y lo manifiestan. Además, les cuesta manejar la frustración.