En las sociedades latinoamericanas persiste una situación de subordinación de la mujer. Aún constatamos el acceso limitado a la educación. Las esposas, aún son tratadas como una posesión de sus maridos. Por mucho que se hable de equidad de género, se evidencia que la cuota electoral de género en los partidos políticos, nunca se respeta.
Es lamentable la situación de la mujer (niñas, adolescentes, jóvenes y adultas) como víctimas de la violencia física, psicológica, sexual, económica. Los casos de feminicidio están presentes en todos los niveles socioeconómicos.
Contrastamos esta realidad con la presencia de mujeres en los grandes acontecimientos del desarrollo histórico de nuestra sociedad. La Independencia del Perú, se logra con la participación de las mujeres. Como dice la historiadora Claudia Rosas “este período de guerra abrió un espacio bien grande para la participación femenina tanto en la esfera pública, política y militar; intervinieron mujeres indígenas y mestizas; esclavas y libertas; plebeyas y aristócratas; pobres y ricas. Es decir, de toda condición y procedencia étnica”.
He sostenido con mucho optimismo, el rol que viene desempeñando la mujer, hoy en el Perú. He reconocido su liderazgo, su presencia, asumiendo responsabilidades en el quehacer público, empresarial, político y también en lo militar. No dejaré de reconocer la valentía, el doble trabajo, la ternura en los hijos y el hogar. Mujeres que vivencian su espíritu de desprendimiento, solidaridad, reciprocidad y heroísmo. En esta pandemia, lo reafirman como una expresión de dignidad y prestigio.
Reconozcamos en la mujer su condición de ser sublime que genera vida y ternura. Un ser donde fluye la creatividad y la valentía para transformar el estado de cosas en el que vivimos. Hoy convivimos con un principio: el no seguir poniendo líneas divisorias entre el hombre y la mujer.