Me tocaba escribir esta columna para el domingo pasado y por el respeto que merecen los lectores de este diario que generosamente abre sus páginas para decir lo que pienso, preferí no hacerlo pues la conmoción de lo que ocurría en el país, hacía que afloren en mí, la pasión antes que la razón y también la indignación, aunque por el motivo contrario.

Perdonen la licencia de escribir esto en primera persona. Ocurre que aun buscando la mayor distancia para juzgar con objetividad lo que ocurría, no era posible sustraerse a los sentimientos; como imagino no lo ha sido para millones de peruanos a quienes vimos, escuchamos y leímos en calles y redes sociales, protestar con energía por lo que ellos creen es una afrenta a la democracia, al país y a sus ideales.

No dudo que la mayoría lo hizo con genuino fervor y patriotismo, como tampoco creo que esto falte a quienes estamos convencidos que la nación, personificada por el presidente de la república, no puede ser manoseada por una acusación de soborno, una investigación fiscal y un impedimento de salida del país y, la necesidad imperiosa de luchar contra la corrupción, no puede sujetarse a la conveniencia de lo oportuno o al manipuleo de quienes ejercen el poder al tiempo que son investigados.

Hubo quienes como si fuera río revuelto, utilizaban la justa protesta social para azuzar la turba y la asonada y disparaban desde su twittera ventana temiendo perder su parcela de poder y, también habían los que, por ese mismo medio, aspiraban a recuperar ese poder y según del lado del río que se encontraran, decían que la sucesión del presidente vacado, era inconstitucional para el primer sucesor pero no para el segundo o que, con el primero, no había separación de poderes con el Congreso, pero con el segundo sí; lo que en ambos casos es una falacia, porque ambas situaciones son conforme lo manda la institucionalidad del país; esa que aún no aprendemos a respetar.

En medio de ello, el protagonismo lo tuvieron los jóvenes que, buscando la preminencia de su opinión, gritaron a los cuatro vientos, que se habían metido con la generación equivocada. A ellos, denominados “Generación Bicentenario”, solo decirles lo que en enero 2018 dijo el Papa Francisco en Trujillo: “Los jóvenes caminan rápido, pero son los viejos quienes conocen el camino”. Ambos somos necesarios.