Por: Manuel Antonio Rosas Córdova / ABOGADO
La vacancia de Dina Boluarte era la crónica de una muerte anunciada. Su destino político estaba escrito por ella misma con sus actitudes personales frente a la enorme responsabilidad de asumir la presidencia de un país “ingobernable”, como llamó Bolívar al Perú hace dos siglos. Si bien su ascensión a la primera magistratura del Estado fue un hecho fortuito, vemos claramente que ella cometió, desde el inicio, una serie de desaguisados y errores que pronto la descalificaron ante la opinión pública. Sus intervenciones fuera del contexto de la real situación que estábamos viviendo pronto le hicieron perder imagen hasta niveles muy bajos, impropios para una persona que encarnaba, por mandato de la Constitución, la imagen de la patria.
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Esta aventura que emprendió Dina Boluarte, con inexcusable audacia, la hizo rodearse de una serie de oportunistas y de aventureros (como ella) que solo llegaron al poder con la finalidad de medrar a la sombra de los privilegios y oportunidades que los cargos en la función pública suelen conllevar. Lamentablemente no supo – o talvez no pudo – convocar a profesionales de primer nivel alejados de la política partidaria que le asesoraran para estructurar un buen plan de gobierno adecuado a una realidad socioeconómica tan difícil como la que estaba heredando.
Es una verdad que no podemos desconocer que el país, al momento del triunfo electoral del partido “Perú Libre”, ya era una república agobiada por profundas desigualdades sociales y fracturada en regiones con diferentes realidades y distintos problemas al punto de “implosionar” como bien lo señala la eminente historiadora peruana Carmen McEvoy. Los injustos desniveles sociales y las corruptelas políticas lamentablemente en nuestro país son de vieja data. Nos vienen desde los albores de la República solo que, ahora en los últimos decenios, se agravaron hasta transformarse en un tiempo de violencia y crisis de valores.
En este panorama brumoso aparece Dina Boluarte aureolada de ser “la primera mujer presidenta del Perú”. Su aparición generó siempre profundas dudas en un gran sector de la población porque la vimos que no daba la talla para gobernar y encarar con aciertos la podredumbre que se asienta en los espacios más profundos de la administración pública. Una corrupción que es endémica en todo nivel y que nos hace actualizar la frase del gran Manuel Gonzáles Prada que “donde se pone el dedo salta la pus”. La nueva mandataria no solo no combatió estas corruptelas, sino que hasta hizo alianza política con ellas. El resultado es el que estamos viendo.
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Es doloroso pues para los ciudadanos – que sostenemos al Estado con nuestros impuestos – ver como una patria tan rica en recursos naturales y con miles de seres humanos emprendedores que trabajan de sol a sol, está envuelta ahora en una escalada de violencia que cobra vidas todos los días y destruye programas emprendedores a vista e indolencia de las autoridades competentes que – de acuerdo a la Constitución y a las leyes – están obligadas a tutelar la vida y el patrimonio de todos los peruanos. En el Perú de hoy literalmente la vida no vale nada en manos de violadores, extorsionadores y sicarios nacionales y extranjeros.
La vacada Presidenta se ha marchado, por fuerza de las circunstancias y decisiones partidarias de un parlamento nacional que la acompañó en el descrédito sin atender en lo más mínimo las grandes reformas estructurales que nos hacen falta para ser un país moderno, organizado y justo. Por eso puede decirse que en este clima de impopularidad nacional la acompañan los congresistas que ayer la apoyaron y ahora la vacaron porque ellos también son responsables de esta situación grave.
Para extraer una lección de vida de este acontecimiento funesto y ante la proximidad de unas elecciones generales, para escoger al nuevo mandatario y a los senadores y diputados, debemos enterarnos bien de la vida y antecedentes de los hombres y mujeres que pretenden gobernarnos. No podemos darnos el lujo otra vez de fracasar ante los cantos de sirena de los aventureros, oportunistas y prontuariados que ya comienzan a salir a la palestra en busca de nuestro apoyo en las urnas.
Es ahora el tiempo de investigación y de reflexión que cada uno de los votantes debemos realizar para salvar al Perú de un desastre político que nos imponga otros cinco años más de desencanto y dolor.











