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Avengers peruanos: Constitución del 93 y el BCR

octubre 23, 2025
Autor: José Neyra

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El Perú parece ser un caso digno de estudio en Harvard o en Oxford, y es que mientras otros países se caen por un rumor de inestabilidad, el nuestro se da el lujo de tener un presidente nuevo cada año, un congreso inquisidor y calles convulsionadas… pero, aun así, el Sol ni estornuda. ¿Brujería económica? No. Se llama Constitución de 1993 y BCR, los superhéroes de este país en crisis permanente.

Mientras el Congreso se enreda en sus traiciones y el Ejecutivo se convierte en un ring de boxeo, el BCR sigue operando con la serenidad de un monje tibetano. Julio Velarde, su eterno presidente, se ha convertido en una figura casi mitológica; ha sobrevivido a ocho presidentes en una década, desde la era de los Power Rangers. Ni la caída de Dina Boluarte, ni los desplantes del Congreso, ni el ruido de las marchas han logrado moverle un solo músculo de su rostro. El dólar cae, el sol se fortalece y las agencias calificadoras miran al Perú con una mezcla de asombro y envidia: ¿y cómo lo hacen?

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La respuesta está en un documento que los zurdos odian a rabiar: la Constitución de 1993. Gracias a ella, el BCR tiene autonomía real -no de papel-, lo que significa que ningún político puede meter sus uñas en la caja ni manipular la política monetaria al ritmo de sus delirios populistas. Fujimori, les guste o no a los caviares, dejó una arquitectura económica tan sólida que, treinta años después, sigue sosteniendo el edificio mientras los inquilinos se arrojan piedras por las ventanas.

Eso molesta a los progres y caviares que sueñan con refundaciones, asambleas constituyentes y revoluciones de cafetín. Esos que quisieran dinamitar el modelo para “cambiarlo todo”, sin tener la menor idea de qué pondrían en su lugar. Porque la verdad, aunque les duela, es que sin la Constitución del 93 y sin el BCR, el Perú ya sería otra Venezuela con billetes de mil soles que valdrían menos que un caramelo.
Los hechos hablan solos. En apenas diez años, ocho presidentes han pasado por Palacio; cada uno con su cuota de escándalo, vacancia y vergüenza pública. Cualquier economía normal se habría desplomado con semejante desfile de improvisados. Pero no el Perú. Aquí, incluso con un Congreso dictatorial y un presidente casi anónimo como José Jerí que hasta ayer presidía el hemiciclo, el país sigue funcionando. Los bancos abren, los supermercados llenan sus estantes, los restaurantes no bajan el ritmo y los ambulantes siguen inventando su propio mercado sin pedirle permiso a nadie.}

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Este fenómeno tiene un lado casi idílico: el país real y el país político que caminan por cuerdas separadas. En una cuerda, los congresistas, ministros y exmandatarios juegan su tragicomedia de vacancias, denuncias, audios filtrados, juicios y pactos traicionados. En la otra, el peruano de a pie, que no espera nada del Estado porque aprendió a sobrevivir sin él. Ese ciudadano -vendedor, mototaxista, microempresario o emprendedor- sigue levantándose todos los días para trabajar, vender y producir. Mientras los políticos discuten el futuro del país, el peruano de calle ya lo está construyendo… a su modo.

Paradójicamente, ese divorcio entre economía y política ha terminado siendo nuestra salvación. Porque si el destino económico del Perú dependiera de sus políticos, ya estaríamos haciendo trueques con papas y cebollas. La economía peruana ha desarrollado un sistema inmunológico tan fuerte que parece resistir cualquier virus político. Y aunque la inestabilidad institucional erosiona la confianza y ahuyenta inversiones, el andamiaje macroeconómico- ese que tanto desprecia la izquierda-, sigue blindando al país.

Los datos son claros: el sol es una de las monedas más estables de la región, la inflación está controlada y la deuda pública se mantiene entre las más bajas de América Latina. Todo eso mientras los vecinos, con presidentes electos “del pueblo”, enfrentan hiperinflación, fuga de capitales y crisis fiscales. Pero en Perú, incluso con el Congreso “patas arriba”, el sistema financiero ni siquiera estornuda.

Confía en las reglas

Detrás del BCR y de la Constitución del 93 hay una filosofía silenciosa pero efectiva: no confíes en los políticos… confía en las reglas. Esa es la vacuna institucional que heredamos, y que la oposición, por pura alergia ideológica, quisieran eliminar. Porque, claro, una economía que funciona sin depender del Estado es la peor pesadilla de cualquier caviar, pues no hay narrativa de opresión que sostenga el hecho de que millones de peruanos prosperan sin subsidios ni discursos heroicos.

El Perú, con todo y su locura institucional, demuestra que puede ser un país ingobernable… pero no ingobernado. La economía hoy no solo resiste, sino que se burla de la crisis política. Y si algún mérito histórico hay que reconocer, no está en los presidentes que se fueron ni en los congresistas que hoy se creen salvadores; está en dos guardianes que siguen firmes: el BCR y la Constitución del 93. Ellos, y no los políticos, son los verdaderos arquitectos del milagro peruano.

Tomado del Semanario El Tiempo
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José Neyra
José Neyra Moncada, licenciado en Ciencias de la Información de la UDEP, con maestría en Dirección Gestión de Empresas. Fundador de diario La Hora y desde hace siete años director de Diario El Tiempo de Piura.
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