Por: Segundo Infante / Periodista
Ese paciente había ingresado de emergencia al Hospital Jorge Reátegui el día 27 de julio, vísperas de Fiestas Patrias. Llegó hasta aquí por un problema renal y en lugar de derivarlo a la sala de nefrología, que es lo que debió hacerse de inmediato, lo confinaron más bien en otra, una de medicina general. Aquí permaneció desde ese día hasta el día 8 de agosto, y, en todo este tiempo, ningún nefrólogo apareció por allí.
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Sospechando de que algo no andaba bien y preocupados por el estado del paciente -una bacteria había ingresado a su estómago, infectándolo- sus familiares decidieron actuar y exigir que se le trasladara de urgencia a la sala donde debía estar: la de nefrología. Hasta el director del hospital tuvo que intervenir por la negativa de la licenciada encargada de disponer cualquier cama que hubiese disponible en esos momentos aquí.
Había dos y ella no cedía ninguna, a pesar de que ya se había ordenado el traslado a esa sala del mencionado paciente. Alegaba que esas dos camas estaban allí sólo para ser usadas en casos de emergencia. Para ella, la de ese paciente no lo era, contradiciendo de esa manera la opinión acreditada del nefrólogo que había dispuesto dicho traslado. Ese día era martes 8 de agosto.
Burda y desafiante
Pero algo más ocurrió antes de que interviniera el director del hospital para hacer cumplir la orden dada y antes citada. Con una orden así en la mano, lo primero que hace cualquier familiar es correr a buscar a la persona encargada de hacerla efectiva, y eso fue lo que hizo una hermana de aquel paciente que solicitaba con apremio ser transferido a la sala de nefrología. Sin imaginar lo que encontraría. Un muro aparentemente insalvable.
Lo que la referida licenciada le dijo a bocajarro a esta hermana de aquel paciente cuando la tuvo enfrente fue algo que a ésta le pareció terminante en aquel instante: “No hay camas”. “¿Cómo que no señora si vengo de la sala 5 y hay disponibles dos? “Mira mamita, esas camas están reservadas sólo para atender casos de emergencia, y tú aquí no vas a venir a decirme que debo hacer con ellas. Me entiendes, ¿no?”. Lo último, la licenciada se lo dijo palmeándole burlonamente el hombro.
Y tampoco fue lo único que dijo. Cuando la hermana de aquel paciente le dio la espalda para retirarse escuchó que aquella licenciada también agregaba esto: “Seguramente el hermano es flojo y no quiere caminar de donde está hasta acá para su diálisis”. Unos 80 metros. Y las enfermeras que estaban a su alrededor le celebraron lo dicho por ella a carcajadas. Lo referido no es mentira. Hay testigos.
Se fue
En nefrología su hermano estuvo como paciente hasta la noche del lunes 14 de agosto. Ese día él pidió su alta voluntaria. Y esa misma noche sus familiares volaron con él hasta Lima para ser internado de urgencia en el hospital Guillermo Almenara Irigoyen, donde permanece hasta ahora. Y no lo hubiera hecho de no haber sido por alguien del mismo cuerpo médico del Reátegui, quien, viéndolo tan desmejorado en su salud, se le acercó cautelosamente una mañana para decirle al oído lo siguiente: “Si puede, váyase cuanto antes de acá”.
Lo descrito sólo menciona un caso donde hubo negligencia, abuso de autoridad y exposición al peligro, y falta de sensibilidad social. Un médico hasta llegó a decirle a este paciente que no reclamara tanto porque lo que aportaban los asegurados no alcanzaba para ser atendidos como quieren que se les atienda. Una respuesta majadera y hasta ofensiva. ¿Y cuántos casos más y parecidos habrá que no trascienden, que se ocultan, que mueren entre las cuatro paredes de este hospital? ¿Cuántos?