Los problemas del Perú, por supuesto, no se agotan en lo que haga hoy el Congreso o en la negativa de Dina Boluarte a renunciar. No tiene que ver exclusivamente con los cerca de 60 fallecidos ni con la incomprensión con que nos tratamos entre compatriotas.
La Autoridad Nacional del Servicio Civil, conocida comúnmente como Servir, ha hecho público su estudio que concluye que el 90% de funcionarios no están capacitados para el cargo que desempeñan. Un país de mentira, con una burocracia peor de lo imaginable, un Estado plagado de incapaces amparados en interpretaciones perversas de las leyes, indolentes en todos los niveles de decisión. Eso es lo que tenemos. ¿Podemos mejorar esta nación? Sí, aunque el camino es menos compasivo de lo que se piensa.
Para empezar, debemos comprender que las mejoras significan en muchos casos una ruptura insalvable con lo anterior. La realidad precedente sería esa cultura del caos y la informalidad que han hecho del Estado un mercado persa de voluntades y fidelidades. Todo tiene un precio en el sector público. ¿Una copia? ¿Un formulario? ¿Una vacuna? ¿Un título? ¿Una “aceitada” para acelerar una cita?
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Todas estas son formas -y no las únicas- de corrupción con la que, lastimosamente, estamos habituados a tolerar. La toleramos porque nos conviene, porque nos es útil, porque es menos estresante vivir con la laxitud propia de quien puede pagar para torcer una norma. El Perú está tan harto de vivir en la cuerda floja de la política y como eterno testigo del horizonte de la prosperidad económica, que acomete su venganza contribuyendo a envenenar las oficinas.
Justamente, por eso el cambio vendrá con una inevitable cuota de dolor: ceñirse a lo que la ley manda, hacer de la vida algo ejemplar es parte de lo que como ciudadanos nos toca, incluso si es “lesivo” -nunca lo es- ser legal. Y en el Estado, tendremos que volver a la eterna cantaleta de la moralización del sector público. Quizás sea necesaria que una individualidad poderosa lo arriesgue todo -poder, fama, preferencias, etc.- para reorganizar el Estado de acuerdo con una perspectiva saludable de un nuevo y reducido rol de tareas: salud, educación y seguridad. Quizás revisar este ideario contribuya a imaginar y desarrollar una nueva teoría del Estado peruano.
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