En Tumbes hay un distrito con este nombre: Corrales. Buen lugar para estirar las piernas. Una mañana me aparecí por allí. Ahora me veo cruzando la Plaza de Armas y dirigiéndome hasta donde me habían dicho que vivía la persona que buscaba. Un profesor llamado Eduardo Leonel Farías Silva. Tiempo después, preguntando por él, nos dijeron que ya había muerto.
Esa mañana conversamos largo. De todo un poco, no. Sino de lo que más le gustaba hablar cuando el tema de la educación, que era lo suyo y su fuerte, no estaba en el candelero. Nos habló de lo otro, de su otra pasión, la historia, el pasado de Tumbes y a las raíces de Corrales y al gran Chilimasa. De pronto, como acordándose de algo, se interrumpió y guardó silencio.
Al retomar la conversación lo hizo anticipándonos que lo que nos iba a contar serviría para juntar las piezas de un rompecabezas que nos mostraría de cómo algunos platos piuranos llegaron hasta los fogones de la cocina tumbesina, quedándose. Como el cabrito, el mondonguito, la sopa de res, el cebiche de caballa, el sudado. Inexistentes en dicha culinaria hasta entonces.
No fue, desde luego, un encuentro urdido a propósito para acercar a ambas cocinas. Lo precedió la casualidad. Comenzó justamente en Corrales. Poco después del conflicto del 41 con el Ecuador Siglo pasado. El cultivo de arroz debutaba también en esos momentos en los campos tumbesinos. Cuando llegó la hora de la cosecha, los agricultores que habían apostado por este plantío notaron, mirando a su alrededor, que faltaba brazos para la siega.
Informados de que los mejores labriegos, para esa tarea, se hallaban en Piura mandaron por ellos. El primer contingente de éstos llegó a Corrales. Pero no arribó solo. Detrás e él, escoltándolo, iban las vivanderas, también de Piura. Fueron esas mujeres las que trajeron, de la cocina piurana, los platos mencionados.
Trasplantándolos. Más, cuando muchas de ellas y muchos de aquellos temporeros decidieron quedarse y echar raíces en Corrales, y con sus comidas darle compañía al caldo de bolas y al majao. Dos de los platos más tradicionales de la gastronomía tumbesina.
Aún trato de recordar quién en Tumbes me habló de don Eduardo antes de ir a buscarlo. Sólo recuerdo que, despidiéndonos, me preguntó: “Usted me dice que viene de Piura pero tiene un apellido tumbesino. ¿De dónde es?”. Mitad, mitad, le dije.