El caso Alejandro Toledo y su extradición melodramática que ha impreso el propio chacano desde su detención, es un ejemplo de como terminan los personajes mitómanos y embusteros como él, cuando hacen uso y abuso de las instituciones del Estado. Su historia es el corolario de una nefasta red de sobornos escandalosos con la empresa más corrupta de Latinoamérica: Odebrecht.
El Cholo sano y sagrado se vendió como un luchador de la corrupción (la marcha de los Cuatro Suyos); pero solo fue teatro porque detrás del telón se escondía un personaje sin escrúpulos, aficionado al trago y la parranda que le gustaba el poder y el dinero.
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No fue un político con convicciones, simplemente un granuja como lo define el escritor, Umberto Jara.
Y con él suman como infausto récord Guinness, tres presidentes en prisión; uno con arresto domiciliario (PPK, liberado) y otro más como aspirante a una celda en Barbadillo: Ollanta Humala. ¿Por qué los peruanos casi siempre elegimos a los peores y más ineptos personajes para gobernar? ¿Será que somos demasiado candorosos y confiados… o los pretendientes al gobierno demasiado persuasivos y mentirosos?