A pesar de que la política es una actividad de vital importancia para la gobernabilidad del país, sus actuales actores la han convertido en un juego de apariencias. Los congresistas que son los llamados a poner fin a la crisis y violencia aprobando el adelantando de elecciones, llevan varios días meciendo al país. Van de postergación en postergación, y hasta se llaman responsables defensores de los intereses del país, cuando lo único que realmente defienden es su sueldo y privilegios.

Lo grave del asunto es que no se trata solo de travesuras inocentes de parlamentario amateur, sino de un mal cada vez más enraizado en la sociedad peruana a lo largo de su vida republicana, desde el presidente Prado que huyó del país en plena guerra con Chile hasta los actuales legisladores que votan a favor de debatir el adelanto de elecciones y hasta se autodenominan demócratas pero a la hora de la verdad pesa más el sueldo, y votan en contra.

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Como para ir a tono con esta prolongada comedia para reír y llorar pero sin un final a la vista, la presidenta Dina Boluarte hace como que se indigna, encrespa las cejas y frunce el ceño anunciando el envío de un proyecto ¿para conminar constitucionalmente al Congreso para dejar las apariencias y sumar los 87 votos necesarios? No, para enviar un proyecto muy parecido al que ya envío en días pasados exigiendo -casi hablando bajito- que se vuelva a debatir y aprobar el adelanto. Ello aunque que eso no sucederá.

“Lamento que el Congreso no haya alcanzado el consenso necesario para adelantar las elecciones”, escribió ayer la Presidencia de la República en sus redes sociales, aunque ayer la mandataria en Talara volvió a decir que no renunciará. Es decir, no usará la bala de oro ni siquiera como argumento para poner contra las cuerdas al Congreso, única salida a la crisis y a este entrampamiento.

Así, los congresistas amateurs, aprendices de actor poniendo en escena lo que supuestamente es una sesión de la representación nacional siempre terminan protagonizando shows como las discusiones intrascendentes de Tania Ramírez, las pataletas de Alejandro Cavero o los delirios del almirante Montoya en su burbuja de cristal; todo para camuflar su defensa de interés particulares, sus triquiñuelas para defender lo indefendible.

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