No pretenderemos en este brevísimo espacio tratar sobre los antecedentes de este antiquísimo conflicto, ni caeremos en el periodismo de trinchera que consiste en ponerse de lado de una de las partes -más aún cuando creemos que ambos actores beligerantes han cometido graves errores de diplomacia que los ha conducido a la actual guerra, declarada, paradójicamente en un día festivo en Israel y en un día amargo para la colectividad palestina-.
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Lo cierto es que en diversos países, incluso en América Latina, hay un consenso unánime de todo el espectro político de condenar la violencia, venga de donde venga. La accidentada historia política y social de la región nos ha aproximado en muchas ocasiones al abismo de la violencia y, por lo tanto, por instinto, hemos aprendido a rechazarla. En el Perú, los demócratas han cerrado filas en contra del extremismo y, salvo algunos díscolos excongresistas y uno que otro despistado personajillo recién salido de la caverna de la historia, nadie puede admitir el uso de la muerte de civiles de una u otra nación como un instrumento político. Nosotros nos adherimos a esta idea.
Al cierre de esta edición, luego de que el premier israelí Biniamin Netanyahu declarara el estado de guerra y se iniciaran las primeras acciones de respuesta -con un saldo de más de 250 muertos y 1.592 heridos israelíes, y 232 fallecidos y 1.697 heridos palestinos-, Estados Unidos ha pedido al Estado judío “contención”; es decir, moderación en la respuesta, una petición que también ha suscrito Rusia y Catar. Sin embargo, los ánimos están lejos de calmarse y se prevé una escalada de violencia mayor como respuesta del ejército israelí. En el ámbito virtual, mientras tanto, las redes se han tornado en batallas campales de adjetivos y desinformación, de las que advertimos a nuestros lectores por sus derechos a la información y a la salud mental.
Al principio de este editorial dijimos que esta guerra estalló precisamente en una jornada festiva judía y en un día de recuerdo amargo para Palestina: hace cincuenta años, en la tarde del 6 de octubre de 1973, comenzó la Guerra de Yom Kippur que concluyó con una victoria para Israel y provocó un cambio traumático: Egipto se sacudió la influencia soviética, se aproximó a EE. UU. y la jefatura palestina perdió un aliado valioso. La OLP nunca perdonó esto.