Aunque la mayoría del país se lo pida o exija, el presidente Pedro Castillo no renunciará. No se irá mientras el Congreso, el otro gran causante de la actual crisis que agobia al país, siga renunciando a su función de control político encomendada.
La buena noticia que bien podría ser vista hoy Viernes Santo como una débil luz de esperanza, es que al interior del Legislativo por fin empieza a hablarse de la necesidad de “irnos todos”.
Lo hizo esta semana la polémica presidenta del Parlamento, Maricarmen Alva, al señalar que “en el Congreso nadie se atrinchera a su curul”. Para que el país confíe en sus palabras tendría que convencer a sus compañeros de bancada (¿a “Los niños”?), pero no deja de ser un buen gesto.
Lo es mucho más el papel que viene cumpliendo el cardenal Pedro Barreto, quien ha propuesto al presidente una cambio de rumbo y recomponer “radicalmente” su Gabinete. A pesar de la incredulidad de miles de peruanos en la palabra de Castillo, el religioso le ha expuesto la necesidad de consolidar la unidad de todo el país para encontrar una salida a la crisis política, social y económica.
Lamentablemente, no es la primera vez que se le advierte al presidente sobre la urgencia de corregir el rumbo, y lo más seguro es que termine obedeciendo a su ego o a Vladimir Cerrón. Sin embargo, el solo hecho de escuchar al representante de la Iglesia peruana implica ya un compromiso tácito de seguir su consejo.
En todo caso, si reincide y no lo hace, habrá avivado la indignación y movilización ciudadana que, en opinión de la congresista Flor Pablo, es necesaria para exigir a los líderes de los partidos políticos representados en el Congreso, que prioricen en esta legislatura las urgentes reformas electorales que vienen postergando. Asimismo, para que el Congreso allane el camino hacia el acortamiento del mandato presidencial, se convoque a nuevas elecciones pero con reformas legislativas para romper el círculo vicioso de copar el Estado con los peores funcionarios, como ocurre actualmente.