Al finalizar el primer semestre, muchos padres de familia y alumnos reportan estar aburridos y hartos de la modalidad escolar remota que demanda de ellos conectarse a la pantalla y aprender “como si estuvieran en la escuela”. Pasado el primer período de adaptación a lo novedoso y temporal, tomar consciencia que esto seguirá en el segundo semestre y posiblemente el próximo año ha creado una angustia enorme en los alumnos mezclada con la depresión de verse enfrentados a un futuro incierto e impredecible.
Preguntémonos, por ejemplo, ¿qué estarían haciendo los púberes y adolescentes a partir de los 11 años si es que no existiera pandemia? Estarían saliendo a diario de la casa no solo para ir al colegio, sino para verse con sus amigos, pasear o montar bicicleta, comer algo fuera de casa, hacer deportes o alguna actividad artística, ir a las discotecas, entrar al mundo del romance, la iniciación sexual, las conductas de riesgo vía alcohol, tabaco, mariguana, si no más… Sería una etapa de mucha rebeldía y comunicación complicada con los padres por esa necesidad de privacidad y diferenciación propia de la adolescencia. Todo eso se ha confrontado con la muralla inquebrantable de las paredes del hogar, y por si fuera poco, quedan obligados a vivir una rutina en la que las únicas caras que ven 24/7 son las de los hermanos y adultos en casa cuyas rutinas, gestos y comentarios ya conocen hasta la saciedad.
La pantalla, como única ventana al mundo externo y al quehacer escolar, se ha vuelto un aparato monótono, predecible, agotador, y si se trata de las rutinas escolares -que ya en el escenario presencial eran difíciles de tolerar, aburridas, vacías, sin mayor sentido, llenas de tareas y exámenes como principal razón de ser-, en el nuevo contexto quedan aún más vaciados de sentido. Los alumnos procuran no asistir a clases, salirse de la pantalla, distraerse en otras cosas, etc.
Los niños y jóvenes necesitan urgentemente ser atendidos en sus dimensiones emocionales y afectivas; un hogar y una escuela que los ayude a hacer la catarsis mental a través de cambios de rutinas y actividades, oportunidades novedosas de aprendizaje autónomo y entretenido no sujeto a las evaluaciones convencionales; pasar de la actividad intelectual o cognitiva a la física y poner en acción diariamente su cuerpo para oxigenarse y renovar energía (muchos padres han descubierto que salir con sus hijos a montar bicicleta les ayuda a pisar calle, a la vez que cambian de escenarios y se comunican en otros términos).
Hay que entender que el reto de este semestre escolar es el del disfrute y el movimiento, una vez que ya pasó el primer semestre de la organización escolar, la continuidad del vínculo y el impulso a la autonomía del estudiante. Para aprender el cerebro necesita sentir esos chispazos de emoción que trae la curiosidad, que enciende los motores internos del deseo de saber, aprender, explorar, ampliar las fronteras de lo conocido. La escuela tiene que replantear sus rutinas y ofertas de emoción para aprender, y los hogares tienen que ensayar nuevas estrategias que cambien las rutinas y los formatos de comunicación. El aburrimiento de los hijos pueden ser una ruta hacia la apatía, desgano, depresión, incomunicación, violencia y fuga.
Ojalá los colegios entendieran que éste no es el momento para las lecciones convencionales.