Alejandra Vásquez es sinónimo de valentía y de amor. La Oficial de la Marina apoyó tras la deflagración de Villa el Salvador y ahora combate al coronavirus, en primera fila de batalla. No solo expone su vida por ayudar a los demás sino que ha sacrificado muchos momentos con su pequeño hijo para servir a su patria.
Este año desfilaron ante sus ojos hechos que la hicieron sacar fortaleza y demostrar de qué madera estaba hecha para contener a una población que lo perdió todo en la deflagración que se vivió en Villa El Salvador en enero de este año.
Allí donde solo quedó dolor y muerte en lo que algunas vez fueron familias, la Capitana extendió su mano, la misma que hoy extiende para enfrentar una emergencia sanitaria sin precedentes que la tiene alejada no solo de los suyos, sino con el corazón dividido entre su deber para con la patria y su amor de madre de un inquieto niño.
“Pensé que lo había visto todo, las mujeres y madres navales somos fuertes, pero cómo estar preparada para ver sufrimiento de un pequeño en los hospitales… fue realmente chocante”, nos dice conmovida.
Hoy, sin embargo, hay un niño, de apenas tres años, que la añora y la espera; quizá sin entender esas prolongadas ausencias que lo privan de la madre que lo arrulle por las noches al pie de su cuna.
Cercana a la tragedia
Alejandra relató a Agencia Andina que mientras contenía a quienes habían perdido todo en Villa El Salvador en cada niño que conocía reconocía al suyo.
Cuando se decretó la cuarentena ella aún seguía prestando apoyo a los damnificados en Villa El Salvador; por lo que tuvo que inmediatamente retornar a la Escuela de Oficiales de la Marina de Guerra del Perú, para enfrentarse esta vez ante el enemigo invisible que recién se conocía con el nombre de coronavirus.
Ese día una serie de emociones se atropellaron en su pecho, “sentí incertidumbre, pena y confusión no por mí, sino por mi hijito. Esta nerviosa porque no sabía con quién iba a dejarlo, muchos pensamientos pasaron por mi mente”.
Dejarlo con su esposo no era opción, ya que él también es un valiente militar que lucha en primera línea en esta guerra, “las cunas de los liceos navales también dejaron de funcionar y es ahí cuando decidí dejarlo al cuidado de sus abuelos. Sabía que mi bebé estaría seguro, pero como madre me asaltaba el pensamiento de cuándo podría volver a verlo, quién jugaría con él”.
Esa preocupación se sumó al temor al contagio. Es humano, pero el amor a la patria hace que todo valga la pena para ella si se trata de servir, de esa vocación que trasciende cualquier temor.
Miedo
¿El miedo siempre está presente, así no deseemos pensarlo?, le preguntamos a Alejandra en un descanso a su labor en medio de la pandemia, “de todas maneras. Con el pasar de los días se mostraban más casos en policías, militares, en mi propia institución. El miedo aumentaba. Era preferible guardar la permanencia a bordo. Si me tenía que quedar 15 o 20 días me quedaba”.
Su más grande temor es hoy “no pasar ese periodo de seguridad para corroborar que, efectivamente, estás sano”, ese estar negativo para poder ir a casa.
Bendición de vida
Un hogar donde la espera su hijo “Nachito”, como cariñosamente llama a su bendición de vida, es aún muy pequeño; pero Alejandra siente que él logra entender perfectamente este alejamiento inesperado que la vida les ha impuesto, “siento que es así. Los abuelos le dicen tu mamá está trabajando y él me ve ahora por video llamada. Ve el uniforme, lo reconoce…”, me relata con la voz emocionada de una madre, seguramente con el corazón estrujado, como aquella vez que lo pudo volver a cargar en sus brazos tras una pausa de 15 días de afectos guardados.
“Para mí fue una eternidad, nos abrazamos por dos minutos o no sé cuánto más y nos quedamos así unidos, éramos uno solo. Sentía su cuerpecito… fue mágico”, nos confía.
Alejandra nos vuelve a contar que “Nachito entiende perfectamente la situación. Mamá es militar, tiene guardia y puede que no venga hoy. Este trabajo no es ausentarse solo horas, sino días y creo que eso es lo que hay que explicarle a los niños”.
Ese convencimiento hace que los días sean menos duros y solo queda extremar medidas de higiene, “protegida con guantes, mascarilla, lentes. Evitando el contacto directo, las aglomeraciones. Tomo distancias mucho más allá de las establecidas y particularmente, en los días que puedo salir a ver a mi hijo, sé que hay un riesgo y por eso me quedo en casa totalmente”.
En primera línea
Sin embargo, los retornos a base son particularmente duros, cómo no para una madre que se enfrenta al enemigo invisible en primera línea de batalla. Cuando le da el último besito a su hijo antes de partir, Alejandra dice sentir: “mil cosas… sé que va a estar bien, pero también una dice ojalá coma bien, que duerma abrigadito ahora que comenzó el frío… ha crecido tan rápido en estas semanas”.
Madre al fin, Alejandra también recrea casi de inmediato el próximo reencuentro “imagino como será, si mi bebé estará pensando en mí, si me extrañará. Como militar una sabe que se irá, pero no sabe si regresará. Creo que es la naturaleza del pensamiento de una madre y, a la vez, un temor con el que vivo día a día”.
“Todas las personas que hemos estado en primera línea del frente como personal de salud, militares, policías creo que sentimos primero impotencia al ver que se incumplen las medidas. Quisiera decirles a los ciudadanos que se queden en casa y que traten de salir lo menos posible. Que sepan que cuántas personas, en primera línea, quisiéramos estar con nuestros hijos, 24 horas siete días a la semana. Nosotros no podemos, pero si tú tienes esa posibilidad hazlo pensando en todos nosotros”, es el mensaje que esta heroína nacional le deja a todos los peruanos.
Vía Andina