El Perú tiene el infortunio de tener un presidente timorato, un Congreso sin respaldo y un premier bravucón y deslenguado que practican, cada uno, su propio juego de intereses y poder.
La suma de esto ha desviado la atención de los problemas importantes para los peruanos, y está poniendo en peligro el futuro mismo del país en lo económico, político y social.
Pero además de ese riesgo latente para el futuro patrio, existen otros daños colaterales que nos está endosando indirectamente el gobierno de Pedro Castillo y compañía: la mediocridad y la falta de valores. Un presidente que miente con descaro y siente que es natural; que se rodea de ladinos e ineptos; que ha plagiado su tesis -entre otros pecados más-, y que todo esto lo acepta como algo “ordinario”, está dando un desolador ejemplo para los niños y jóvenes peruanos.
Lo alarmante es que frente a estas amenazas, los peruanos se muestran casi indiferentes y muchos lo aceptan como “natural”, como parte de esa viveza criolla que ha tenido la audacia de –en aras de la democracia-, imponernos un presidente con incapacidades evidentes para gobernar y con serios cuestionamientos morales.
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