Establecer la idoneidad de reiniciar las clases el próximo año es un reto crucial. Recordemos que en los dos últimos años no se han cumplido los objetivos educativos más importantes; nuestros niños han pasado por mediocres estándares y evaluaciones que hacen que este tiempo de pandemia haya significado una época perdida para los estudiantes.
Desde esa perspectiva se entiende que la presencialidad en las aulas debe ser restablecida en el más corto plazo posible. Los menores han visto mermadas sus posibilidades de desarrollar no solo aquellos conocimientos básicos establecidos en la currícula, sino también sus habilidades sociales: el encierro y luego la virtualidad han arrancado a los niños de un entorno sano y propicio para su fortalecimiento psicológico. ¿Qué dice, sin embargo, la realidad de la pandemia? ¿Es posible y prudente que pensemos ya en retornar a las aulas?
Para los médicos, es claro que sin una adecuación de las aulas a las exigencias sanitarias, volver a las escuelas sería peligroso y hasta mortal. Para los docentes, las condiciones no están dadas si el Gobierno no prevé la contratación de más docentes para poder descongestionar las aulas (si antes había 38 estudiantes en un solo recinto, hoy solo debería 20; ¿qué se hace con los 18 restantes que, en la práctica, constituyen otra aula?), así como la dotación de servicios básicos. Apenas el 0,1% de los colegios piuranos cumple con los requisitos sanitarios (agua y espacio, principalmente). En unos días, veinte colegios de la sierra de la región serán abiertos para la enseñanza presencial. ¿Realmente estamos en condiciones de ampliar esta medida a otras instituciones?
Tomemos en cuenta que la pandemia tomó al sector educación por sorpresa, con colegios que sobrevivían gracias a la voluntad de su plantel y no por la solidez material de las instituciones. En los últimos dos años se ha avanzado poco en la readecuación de los salones. ¿Podemos confiar en que cuatro meses bastarán para hacer lo que no se ha hecho en décadas? Creemos que en esta discusión debe participar el padre o madre de familia, quienes son los más interesados en que sus hijos estudien en un ambiente seguro. Por lo pronto circula la posibilidad de la semipresencialidad. En aras de la prudencia, esta opción debe ser considerada antes de imponernos metas más altas.