De acuerdo con la reciente encuesta de Ipsos publicada a nivel nacional, el porcentaje de desaprobación del Congreso es siete puntos más alto que el de presidente de la república.
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No es difícil leer en esos resultados la frustración de la ciudadanía que ve desaparecer las posibilidades de decretar la vacancia de Pedro Castillo por incapacidad moral.
Es cada día más evidente que Castillo no comprende los límites entre lo lícito y los ilícito, que cree que sus detractores son racistas porque no lo dejan hacer como a las gestiones presidenciales pasadas.
Habla de cambios, pero él mismo es incapaz de generar cambios positivos en el país. Con todas estas cosas, el Congreso no hace nada. Ese 73% de rechazo es bien merecido.
Y muchos se preguntarán qué motiva esta inoperancia: se puede creer que simplemente no se obtienen los votos suficientes para ir por la vacancia y que es más fácil establecer responsabilidades por traición a la patria.
En este caso se necesitarían menos votos, sería cuantitativamente más sencillo, pero la acusación a Castillo no es sólida, se basa en una percepción derivada de unas declaraciones a su vez no muy claras.
El Congreso ya ha quemado otras opciones, ha desperdiciado dos vacancias y ha desmantelado al Ejecutivo en varias oportunidades, pero no ha conseguido hacer lo mismo con Castillo.
Quizás más allá de los motivos existen los intereses. La casta política, que aún no termina de devolver los favores de campaña, no quiere irse.
Los parlamentarios saben que sacar a Castillo del poder no será suficiente y que la ciudadanía tampoco los recibirá como a grandes héroes; en muchos aspectos, sobre todo al dilatar la crisis con sus idas y venidas, el Legislativo tiene gran parte de la culpa por la situación actual del país.
La ciudadanía también los quiere fuera del juego político. La gente, el “pueblo”, quiere rehacer el país y no volver a empeñarlo a cualquier charlatán.
Hay congresistas que se mofan de las encuestas y dicen: “Son fotografías del momento”. Ello es relativamente cierto, pero hay que tener sangre de lagarto para no sentir el repudio de los peruanos golpeando las ventanas del hemiciclo.
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