La crisis desatada en el Ministerio Público es un reflejo de lo que ocurre en el resto del país: nadie sabe quién es el villano de esta mala novela, nadie sabe en quién confiar y a quién abominar. Por último, la rabia estancada en el ánimo del peruano promedio se convierte en sangre pesada y oscura, en un charco inmóvil, nuestra apatía.
Mientras en otras naciones la búsqueda de la justicia se pinta como una gesta social o un movimiento histórico, pero en nuestro atribulado Perú la justicia fallida es un evento cotidiano, y la búsqueda de reparación, una aspiración cargada de vacío. Estamos rotos por dentro, somos una nación defraudada. Incluso si Patricia Benavides, la fiscal de la Nación en entredicho, resultara inocente, limpia de toda sospecha, el país optará por su contumaz desconfianza.
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El proceso de demolición del corazón de las instituciones, la confianza, cobró un ritmo brutalmente acelerado cuando creíamos que habíamos recuperado la democracia. Si entre el 90 y el 2000 los poderes habían sido capturados por la venalidad y la corrupción, la labor de los políticos posteriores debió ser reencauzar al país por las vías de la democracia, del trabajo mancomunado para lograr el desarrollo, instaurar la moralidad no como un ideal político, sino como una práctica en todos los ámbitos de la actividad cívica y gubernamental. Nada de eso se ha logrado. Tuvimos crecimiento económico, pero no tuvimos ética; hoy no tenemos plata y la ruina moral es casi total.
Más allá de este lío de poderes en que se hayan enfrascadas la fiscal Benavides, la fiscal Barreto y hasta la propia presidenta Boluarte, necesitamos prohombres con quienes retomar esta aventura de demostrarle al mundo y a nosotros mismos que somos capaces de autogobernarnos con solvencia moral. ¿Quiénes serán capaces de liderar este empeño? ¿La vieja partidocracia que, a conveniencia, abre las puertas a dictadores, sombrerudos, lobistas y otros personajes nefastos? ¿Los oportunistas que, por el contrario, se conducen por la política sin Dios ni ley, y son tan culpables de la actual crisis como los anteriores? ¿O esa turba juvenil que empieza a construir sus propios espacios políticos?
Solo el tiempo (no tan mediato) lo dirá.