Revalorando el valor simbólico de una costunbre que se resiste al paso del tiempo y la modernidad, los ciudadanos repartieron ayer “angelitos” (dulces) para los menores (hasta los 17 años) y rosca de muerto para los adultos. Asimismo, familias enteras llegaron hasta la tumba de sus seres queridos para iluminarse con cirios o velas hasta pasada la medianoche.
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La celebración reúne a familias y amigos ante los nichos de sus seres queridos. En el camposanto oran por su descanso eterno y encienden velas o cirios de cera y parafina, detalle que da nombre a la festividad.
Ingreso a cementerio
Excepcionalmente, las autoridades permiten (noche de ayer hoy) el ingreso nocturno a los cementerios para que puedan iluminar los nichos con velas o cirios.
Los asistentes oran y relatan anécdotas de los difuntos. En algunos casos, los focos eléctricos pasaron a reemplazar a las velas.
Este panorama se vivió ayer en los camposantos San Miguel Arcángel (ex Metropolitano), San Teodoro de Piura y Nuestra Señora del Carmen de Castilla.
Pasada las cuatro de la tarde, familias completas llegaban con bancas de plástico para orar y encender cirios por el descanso eterno de sus seres queridos.
Cuna de la tradición
Catacaos fue la ciudad que concentró a más turistas en la tradicional velaciones. En esa línea, la rosca de muerto más grande del país (1.74 mts. de ancho x 1.10 mts. de largo) con más de 30 kilos de peso fue peparada por Germán Sernaqué, alumno de don Antero Sosa, un personaje de la panadería cataquense, quien hizo famosa a la tradicional rosca de muerto de Catacos.











