Por: Víctor Velezmoro Montes, profesor de la Universidad de Piura
En 1912 frente a la árida Pampa de la Quinua, donde en 1824 se definió de una vez y para siempre el destino independiente de nuestro país y de la América hispana, el historiador José de la Riva Agüero se cuestionó sobre el derrotero que tomó el Perú y, con ello, aludió a las oportunidades perdidas para construir un mejor mañana.
En el 2020, tres estudiantes de un colegio en Tambopata (Madre de Dios) preguntaban, poco antes de la celebración del bicentenario, sobre la conveniencia de conmemorar esta fecha pese a “todo lo que estaba sucediendo en nuestro país”.
En 1989, el sociólogo Gonzalo Portocarrero constató, luego de entrevistar a 68 profesores y encuestar a 1690 colegiales de distintas ciudades del interior, que en el país se había instalado una idea crítica sobre el Perú en la que la historia del país estaba marcada con signos negativos de las grandes injusticias y de esperanzas frustradas.
Estas afirmaciones, y otras muchas en un registro similar, han marcado de manera negativa nuestra personal visión sobre las cosas en el país, la misma que se ha visto agravada, en el último bienio, por las consecuencias ocasionadas con el surgimiento y la expansión de la pandemia del COVID-19, la muerte de miles de compatriotas, hombres, mujeres y niños, entre ellos familiares nuestros y, para mayor “inri”, la lacerante crisis política, social y económica suscitada y que no tiene cuando acabar.
Ahora bien, pese a lo dicho, y siendo consciente de que las muertes, la crisis, la violencia, las injusticias y las frustraciones son verdaderas y constatables, tal vez parte del problema reside en una equivocada percepción que, como sociedad, hemos construido respecto de nuestra realidad patria. Una percepción en la que se ha instalado en nuestro imaginario el enfrentamiento entre un Perú real y un Perú ideal (el historiador Flores Galindo en 1988 lo llamó el Perú que “debe ser”) y que tan bien lo graficara Mario Vargas Llosa en el personaje Zavalita, de “Conversación en la Catedral” (1969), cuando se preguntó: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.
Insistimos, no pretendemos borrar ni olvidar lo que ha sucedido, los hechos ocurridos, las situaciones ocasionadas. En realidad, lo que queremos es cuestionar el modo en que como sociedad enfocamos tales contextos: no como escenarios que nos permitan mejorar como sociedad, abriendo las puertas a un trabajo más eficiente y responsable de las instituciones públicas y privadas, así como a una participación más comprometida y solidaria de la ciudadanía, fortaleciendo así nuestra democracia, sino como una ocasión para resaltar “lo mal que anda este país”.
Frustración
Al criticar la lamentable situación de nuestro país, no solo nos paralizamos en una inacción que ahonda el sentimiento de frustración, también nos lleva a crear y perseguir un unicornio: la imagen irreal de un Perú que no es el nuestro (un nuevo El Dorado o Jauja). Esta situación genera una gran frustración que termina exacerbando los odios, la injusticia, la violencia, el abuso, la discriminación y la corrupción buscando un chivo expiatorio cada día.
Insistimos, criticando lo mal que se gobierna, lo pésimo que se administra, el escaso civismo que se tiene, la enorme inseguridad, la corrupción más sinvergüenza, la violencia cada vez más avezada o la pobre educación y salud que se brinda, no lograremos solucionar nada. Por el contrario, mantendremos las cosas como están.
Frente ello, lo que cabe es preguntarnos: ¿cómo puedo yo mejorar tal situación desde mi posición como autoridad civil, como empresario, como emprendedor, como profesional, como trabajador, en fin, como ciudadano? Porque, comprenderá compatriota, el problema no es de ellos: el problema de sacar adelante a nuestro país, es una tarea que se debe emprender en conjunto.
Hace muchas décadas, el gran historiador tacneño Jorge Basadre acuñó una frase que se repite muchísimo, “el Perú es un problema, pero también una posibilidad” (1931). Tal vez, ya va siendo hora de que cada uno de nosotros, peruanas y peruanos, nos hagamos cargo de la parte que nos corresponde para hacer realidad ese Perú que todos queremos, y dejemos atrás la imagen errada de un país que no ha existido y no existe.
Qué mejor ocasión, la de las Fiestas Patrias, para renovar nuestro voto ciudadano por un Perú democrático, libre e independiente. ¡Felices Fiestas Patrias!
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