Considerar que la organización social es injusta porque promueve la desigual distribución de la riqueza. Descreer profundamente del principio según el cual quien más trabaja, mayores beneficios obtendrá. Creer exageradamente en el ejercicio de la libertad, hasta más allá de esos límites que algunos llaman libertinaje. Estar convencido del carpe diem y, por lo tanto, vivir intensamente cada uno de los momentos de la existencia. Congratularse por el placer sexual y experimentar mundos mentales novedosos con la ingesta de drogas diversas. No durar en ningún trabajo y acomodarse rápidamente a nuevas y precarias condiciones domésticas. Carecer de apego por el dinero y gastarlo alegremente cuando se dispone de él. Ser duro, ser inflexible, porque considera que es la única manera de defenderse contra los abusivos que pululan en el ambiente social. No desear autos nuevos ni casas lujosas. No ufanarse de la vestimenta de moda. Escribir para denostar al sueño americano. Apostador hípico incorregible. Ebrio consuetudinario. Mujeriego permanente.
El anterior es, obviamente, un programa que debe erizar las cabelleras de circunspectos caballeros y altivas damas; pero es una forma de asumir la existencia. Hay que recordar al viejo Sartre, quien manifestaba que los escritores burgueses son gente muy ligada a la irresponsabilidad. El programa, incompleto por cierto, del primer párrafo, corresponde a Henri Chinaski, personaje alucinante de Charles Bukowski en varias novelas (Cartero, Factótum, Mujeres), por cuyas páginas deambula sin preocuparse por buscar estabilidad económica permanente ni estabilidad familiar que serene sus ímpetus. Es lo que muchos calificarían como una vida desperdiciada, pero otros considerarían una especie de proeza épica. El pensamiento Chinaski es la versión literaria del pensamiento ideopolítico de Noam Chomsky, quien ha criticado ácidamente la falacia democrática del pretendido american way of life en su libro “Réquiem por el sueño americano”.
En todo caso, se trata de un reto contra el lector, que lo someterá a la dura prueba de enfrentarse con un modo de vida urbano posmoderno donde la experiencia personal acaba con la esperanza colectiva. El pensamiento Chinaski existe en el mundo: discurre junto a nosotros sin que sepamos reconocerlo. Está en nuestros conocidos que no tuvieron la suerte de hacerse profesionales universitarios, pero también en profesionales universitarios que no encuentran ubicación adecuada en la estructura social. También está en la imperante violencia de los cinturones de pobreza que estrangulan las ciudades y en el sordo rencor de quienes se sienten cruelmente marginados. El pensamiento Chinaski se desplaza contagiando el desánimo y la desesperanza, promoviendo la angustia y el desarraigo.
Terrible e implacable testimonio literario de una época ambivalente, entre la certeza y el temor.