Me viene a la memoria aquello que escuche en un dialogo entre amigos empresarios: no perdamos más tiempo, aprendamos de los errores pasados, tantos nuestros como los observables en otros. El actual tiempo nos ha sorprendido, porque no teníamos un propósito en qué anclarnos. Estamos como aquellas veletas que marcan la dirección en función a la dirección del viento, y si no lo hubiera, andaríamos como “muertos en vida”; es decir, lo que decía en más de una oportunidad, “no son muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría, muertos son los que tienen el alma muerta”.
Hay que recomenzar, hay que pararnos con el pie izquierdo o el derecho o apoyados en algo, pero vamos hacia arriba, no vale vivir enamorado del suelo. Necesitamos activar nuestra alma. Ahí está nuestra inteligencia, aquella potencia que nos permite pensar para aprender más y mejor sorprendiendo – ojo, pensar no es buscar en Google-, y nuestra voluntad, la otra potencia, que fortalece el carácter y la alegría para revertir las “adversidades”, haciendo del drama diario una comedia viva. Vivimos tiempos duros, volátiles, inciertos, complejos y ambiguos, pero es ahí donde la naturaleza de un hombre superior sale a flote. Son aquellos que son más valiosos que exitosos.
Este nuevo amanecer implica una decisión personal para seguir adelante, pero también en equipo. La sinergia que genera el equipo favorece a todos. Cuando aconsejen, no lo hagan por complacer sino para ayudar de manera solidaria, con ilusión, optimismo y entusiasmo. Este es el punto de partida para generar el espíritu emprendedor.
No hay rubro en que no se pueda emprender. Las capacidades y las competencias están en nuestras manos, en la disposición de querer aprender y aplicar. La práctica hace al maestro.
Las personas son capaces de sacar lo mejor de sí mismas cuando verdaderamente aman lo que hacen, y tienen que hacerlo tan bien para que no te puedan ignorar. Hacerlo bien al inicio y bien al final.