Es triste tener que dedicar tantos editoriales a denunciar la vergonzosa ineptitud política del Gobierno de Pedro Castillo, pero no es posible callar cuando un premier -que solo medio año antes se erguía como un referente académico y un profesional lúcido del derecho- termina convirtiendo al genocida Hitler en un ejemplo de modernización; tampoco es posible pasar por alto la altanería con que la cuestionada ministra Betsy Chávez pretende imponer en el debate público la gastada idea de la Asamblea Constituyente e intenta manchar al periodismo como si fuera el origen de los males y los tropiezos de esta administración.
Valgan verdades, el Ejecutivo no ha necesitado de la oposición ni de la prensa para caer en el desprestigio; Pedro Castillo ha enfrentado a la oposición más heterogénea y dividida de la historia reciente, una oposición con serios problemas de identidad, pero aún así ha fracasado.
Para colmo de males, el Gobierno sigue creyendo que militarizar las carreteras o apostar por las prohibiciones o la suspensión de garantías constitucionales es lo mismo que gobernar. Pedro Castillo y sus acólitos creen que recurrir a los estados de excepción es la manera más eficaz de devolver el orden y la tranquilidad al país cuando este tipo de medidas solo enardecen a todo el país, principalmente a quienes dependen de ingresos diarios y a quienes tienen como principal objetivo trabajar y alimentar a sus familias.
¿Es posible que una administración pretendidamente de izquierda atente contra los medios de recurseo de la ciudadanía? ¿Es posible que un gobierno que se dice “del pueblo” prefiera poner soldados en las calles y en los peajes en vez de dialogar?
El país está prácticamente paralizado, los productos de primera necesidad suben de precio y el temor al desabastecimiento no ha sido conjurado aún. Ese pueblo al que Castillo alude en cada discurso o entrevista es el mismo que ahora pide una salida democrática a la crisis, una salida que pasa por un cambio radical: nuevo presidente, nuevos congresistas, nuevos espacios de construcción política (nuevos partidos, nuevos líderes, participación real). La crisis es irreversible y sabemos que Castillo tendrá que ceder a las demandas y dejar el poder en manos de alguien más apto para conducir al país hacia un nuevo escenario electoral.