En los últimos días, la fotografía de un médico del hospital Santa Rosa, sentado al final de una vereda, conmueve a muchos en redes sociales.
En la imagen -captada por el diseñador Aarón García Távara, de El Tiempo-, el hombre rendido deja caer la cabeza y las manos cansadas y no hacen falta palabras para saber cuánto sufre.
Basta ver el blanco percudido de sus guantes para saber que ya no puede más.
Al igual que decenas de sus compañeros, el profesional sienten los efectos de una guerra desigual que empieza a imponerles un sistema colapsado al punto de ser desbordado.
Días antes, su colega, una enfermera, no pudo más y reveló en Facebook cómo los pacientes mueren en sus brazos pidiéndole salvarlos: “Lloro de la impotencia […], faltan camas, mascarillas, personal”.
Las secuelas sicológicas de esta pandemia no solo quedarán en quienes combaten en primera fila y en los que pierden a un ser querido sin poder siquiera acompañarlo a su última morada, sino también en la sociedad en su conjunto.
El no saber si uno está o no infectado, la incertidumbre sobre las consecuencias físicas de la enfermedad cuando nos toque, los efectos de la crisis económica, quedarse sin trabajo o estar en riesgo de perderlo, el solo hecho de estar encerrados en casa sin saber hasta cuándo, también tienen inevitables consecuencias emocionales.
Al f inal, el impacto se produce sobre las personas, sus familiares, los profesionales y toda la colectividad, que tendrá que readaptarse de manera acelerada.
Para lograrlo los expertos recomiendan empezar a construir juntos una nueva normalidad.
Una buena manera de ayudar a levantarnos bien podría ser que las municipalidades, gobiernos regional y nacional habiliten consultas telefónicas o vía Internet con sicólogos y siquiatras, tal como ya lo hace el Colegio de Sicólogos, para que los ciudadanos, en especial los más afectados, reciban ayuda e iniciar cuanto antes una terapia.
Según los especialistas, después de cada catastrofe, siempre han surgido revoluciones culturales.
Mientras haya vida, es posible la resiliencia, siempre habrá retazos para reconstruir una nueva organización social, necesariamente con nuevos hábitos, predominio de las medidas de higiene, nuevas formas de salubridad en los productos alimenticios y distanciamiento social o de resistencia.