Nuevamente, la salida a la crisis se posterga mientras la imagen de Dina Boluarte, ahora convertida en sinónimo del distanciamiento convenido, sigue hundiéndose en el desprestigio y arrastra consigo a cuanto queda de respetable en la institucionalidad política.
Primer repasemos lo ocurrido en el Congreso: de acuerdo con la parlamentaria fujimorista Rosángella Barbarán, “quedó demostrado que no se tenían las votos ni para [adelantar los comicios a] abril 2024”.
Esto es parcialmente cierto, pues es correcto decir que la propuesta para el adelanto al 2024 había provocado que algunos congresistas retiren su posición inicial.
Sin embargo, hay que decir que este decaimiento de la propuesta ocurre justo después de que Boluarte propusiera su propio calendario electoral.
El Congreso interpretó que Boluarte -ya sea para congraciarse con las masas o para evitar un escenario mucho peor- estaba chantajeándolo en connivencia con cierto sector extremista.
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Lamentablemente, nuestra clase política está dominada por sentimientos sin base alguna en realidad: hoy, por ejemplo, parece dominada por cierta arrogancia de guardián de los más altos valores de la república, cuando sabemos que no ha hecho los méritos ni tiene las credenciales para sentirse demasiado importante.
Hablamos de un Congreso cuya desaprobación ha el 80%. ¿Es racional inflar el pecho por esa aprobación raquítica? Parece que no. Pasemos a la evaluación del Ejecutivo: debe ser bastante difícil probar el mayor de los privilegios que la nación concede cada cinco años a un ciudadano, y luego renunciar a ellos.
Boluarte ha probado el veneno del poder, ha descubierto el encanto de mandar o, mejor aún, el encanto del cinismo disfrazado de obediencia al mandato popular. La presidenta quisiera la sobreviviente de este mal sueño, pero sabe que no es posible; entonces recurre a la prolongación de la agonía, quiere seguir desayunando poder, almorzando poder y cenando poder.
Incluso pone en jaque al Congreso pidiéndole que apruebe renuncias convenientes. Si la solución pasa por su renuncia, ¿por qué no muestra ese don de política y servidor, y deja el poder? ¿Por qué pretende que otros den el paso que ella no está dispuesta a dar?
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