Al margen del encendido debate sobre si Piura debió continuar en nivel de riesgo muy alto o bajar a nivel alto, como lo ha hecho el Gobierno, cabe preguntarse qué de bueno podemos sacar los piuranos hasta el momento de esta experiencia nueva de convivir enfrentando un virus mortal, que si bien causa dolor y desolación, también traerá beneficios, pequeños o grandes y a muy alto costo, pero los habrá.
Y no solo en el mundo empresarial en el que muchas organizaciones empiezan a incrementar su productividad gracias al teletrabajo; también en la manera de entender la educación. Puede parecer idílico buscar beneficios de la COVID-19 para maestros, alumnos y para las sociedades cuando estamos en plena segunda ola, pero dado que el retorno a la normalidad tardará más de lo esperado, conviene apostar por una de las mayores fortalezas de los piuranos: su capacidad de adaptabilidad.
Precisamente, el actual clima de inestabilidad que nuevamente ha dejado en el aire cualquier intento de planificación (porque ni siquiera se sabe cuándo los escolares y universitarios podrán volver de la enseñanza presencial) oculta enseñanzas positivas. Una de estas es la exigencia para que todos los actores del proceso educativo dejen su actitud mayoritariamente pasiva y aprendan a adaptarse a la incertidumbre y a un escenario cambiante.
Es innegable que es mucho lo que los estudiantes en general perdieron en el 2020, debido a las brechas digitales y los efectos de la crisis económica. Sin embargo, muchos de los obstáculos y, en general, la crisis en el sector educación ya venían desde muchas décadas antes de la pandemia.
Todos nuestros escolares, incluso los que llevan años superando serias dificultades para acceder a la educación, con la pandemia sumaron un aprendizaje más, redescubrieron el hogar, las labores cotidianas, se encontraron con la familia, aprendieron de cooperación, de carencias, de autonomía. ¿Realmente han perdido, o en ningún año anterior han ganado más?
Cuando este texto se escribía, en el Callao el llamado “Ángel del oxígeno” no podía abrir su local de venta de este producto vital a precio justo, porque los revendedores lo amenazaron de muerte si no les vende a ellos, para así ofertarlo con sobreprecio. Tal vez los que nos resistimos a aprender de la pandemia somos los adultos.