Aún no se ha resuelto el gran problema político, pero se ha dado un paso importante para salir de esta crisis. ¿Hallará el Congreso una solución ahora que ha votado por reactivar la discusión? Nuestro país se desangra y se requiere con urgencia que se llegue a un entendimiento común para evitar el fratricidio físico e ideológico en el que pronto cumpliremos dos meses. En menos de 60 días, nuestro deterioro moral, político y económico amenaza con tener peores consecuencias.
No obstante la disposición congresal al diálogo, queda la duda de si esta quedará como una concesión insuficiente y el escenario siguiente nos muestre a medio país dominado por el relato maximalista y radical, que ahora exige nueva Constitución y el desmantelamiento acelerado de las conquistas democráticas del 2000 en adelante.
No es posible prever el futuro y pocas son las opciones para lidiar con los manifestantes por fuera del sistema político. En cierto modo, es necesario dar un salto de fe cuya única justificación sea la buena fe y la vocación dialogante de la democracia. Afortunadamente, la prédica de los “ultras” no ha calado en las fuerzas del orden, sean la Policía o el Ejército.
Tener de nuestro lado a la fuerza pública todavía será una garantía cuando la institucionalidad se encuentre bajo la peor amenaza (sí, es probable que aún no hayamos visto lo peor).
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¿Es posible, sin embargo, que en aras de esa misma institucionalidad tengamos que reservarnos el derecho al uso de la fuerza y, más aún, no usarla nunca contra otro compatriota? El problema es difícil de resolver porque no solo hablamos de connacionales en el sentido más abstracto y cándido del término; hablamos de personas que no son mancas y, a medida que obtienen más concesiones del Ejecutivo y el Congreso, fortalecen su posición en el damero.
Es necesario avanzar con realismo en la dirección de lograr una verdadera reconciliación nacional. Debemos comprender que en este enfrentamiento no hay vencedores y vencidos, sino que todos perdemos. La recuperación del país probablemente será ardua y debería curarnos del mal del populismo, que empieza mostrando sus buenas intenciones pero en el camino evoluciona hasta convertirse en un chantaje imperdonable.
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