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El lado oscuro de las redes sociales: La tecnología es buena, pero abusar de ella es perjudicial

diciembre 30, 2025
Autor: SEO El Tiempo

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Por José Neyra M.

La reciente decisión del Parlamento Europeo de obligar a los Estados miembros a regular el acceso de menores de 16 años a las redes sociales no es un saludo a la bandera ni una cruzada moral contra la tecnología. Es, más bien, una potente voz de alerta; el síntoma de una preocupación creciente que se traduce como evidencia irrefutable de que el uso descontrolado, irrestricto y temprano de plataformas digitales y también de la tecnología, está reconfigurando el desarrollo físico, emocional y social de los niños y adolescentes. Es decir, están moldeando a los nuevos ciudadanos del mundo, y no necesariamente para bien.

La lejana Australia es la que ha ido más lejos al convertir esta preocupación en ley, estableciendo restricciones claras al acceso de menores a redes sociales. Holanda, por su parte, ha optado por una medida pedagógica contundente: prohibir dispositivos electrónicos en las aulas, y desde este año, vetar totalmente el uso de celulares durante la jornada escolar.

Francia y España también han avanzado en limitaciones al uso de smartphones en escuelas, priorizando la atención, la convivencia y el aprendizaje significativo. Y no se trata de países tecnófobos, sino de sociedades que han advertido del peligro y han decidido poner límites al uso de las redes sociales, en especial, cuando el costo humano empieza a ser demasiado alto. En Estados Unidos, varios estados (como Utah, Arkansas, Texas) han introducido legislaciones que exigen el consentimiento parental para el acceso de menores a las redes, o buscan regular la edad mínima. Reino Unido ha trabajado en la ley de Seguridad en Línea (Online Safety Bill) para obligar a las plataformas a proteger a los niños de contenidos dañinos.

Desde la psicología del desarrollo y la investigación educativa, los argumentos que sostienen estas decisiones son consistentes. El primero daño a nuestro hijos menores y adolescentes es corporal. La infancia y la adolescencia son etapas de movimiento, juego, exploración física. Sin embargo, hoy observamos generaciones crecientemente sedentarias, atrapadas en rutinas de inmovilidad prolongada (hay menores que se pasan hasta 6 horas diarias frente a un celular o una tablet). El scrolling infinito ha reemplazado al juego espontáneo, y con ello se disparan los problemas de obesidad, baja condición física y una relación empobrecida con el propio cuerpo. No es solo un asunto de salud pública; es una pérdida de experiencias vitales que estructuran la identidad de los futuros ciudadanos del mundo.

Salud mental

Un segundo argumento, quizá el más delicado, es la salud mental. Las redes sociales operan bajo lógicas de comparación permanente, validación externa y exposición a modelos irreales de éxito, belleza e inteligencia. En cerebros aún en formación, esto se traduce en un aumento de síntomas depresivos, ansiedad, sensación de insuficiencia y soledad. Paradójicamente, nuestros niños y adolescentes nunca estuvieron tan “conectados” y nunca se sintieron tan solos. Miles de seguidores no compensan la ausencia de una mirada empática frente a frente, de una conversación sin pantallas, de un silencio compartido o de un cálido abrazo.

Aquí aparece un punto clave que como educadores no podemos soslayar: la interacción humana directa no es un accesorio, es una competencia básica. Se aprende a leer emociones, a negociar conflictos, a tolerar la frustración y a construir empatía mirando al otro, no a una pantalla. Los menores que crecen “enviciados” por dispositivos pierden oportunidades críticas para desarrollar estas habilidades socioemocionales, fundamentales para la vida democrática y la convivencia.

A ello se suma un problema silencioso pero devastador: la privación del sueño. El uso nocturno de celulares y redes sociales altera ritmos circadianos, reduce la calidad del descanso y afecta directamente la atención, la memoria y la motivación escolar. En el Perú, diversos estudios y estimaciones indican que los adolescentes pasan entre cuatro y ocho horas diarias conectados a redes sociales. No es difícil imaginar el impacto acumulativo de este hábito en el rendimiento académico y el bienestar general.

Se allí que la pregunta de fondo no es tecnológica, sino ética y educativa: ¿qué tipo de ciudadanos estamos formando?

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