Es sábado y esta jornada empieza a las 7:30 de la mañana en el cementerio Jardines Celestiales del distrito Veintiséis de Octubre de Piura. Se va a exhumar los restos de Manuel Loro Ayala para luego llevarlos a su morada definitiva.
Él fue una víctima del COVID-19. Murió hace dos años en la primera ola y fue enterrado en una fosa común, sin velatorio, sin ofrendas florales, sin cortejo y hasta sin responso. Su familia no pudo despedirlo como la tradición manda. Solo recuerdan que lo dejaron en la puerta del hospital Santa Rosa, entró caminando y nunca más lo vieron.
Como él son cerca de doce mil piuranos que cayeron víctimas del COVID-19. En la primera ola, los protocolos fueron más severos. En la segunda, se relajó un poco y algunos pudieron llevar a su familiar a casa, velarlo y enterrarlo con algunos de los ritos. Pero, en la primera ola los cadáveres salín del hospital al cementerio.
Este es el caso de Loro Ayala. Él vivía en Bernal, estuvo internado en el hospital Santa Rosa. Nadie de du familia lo vio en sus últimos días. Solo se comunicaba por celular, pero cuando fue intubado, el silencio marcó el final. Dos años después, sus restos mortales son llevados a su casa, en la calle Comercio de Bernal. Son velados con capilla ardiente, hay ofrendas florales como si acabara de fallecer.
El sacerdote Luis Arrasco señala que en las iglesias se está oficiando muchas misas de “cuerpo presente”, pero son urnas que contienen las cenizas de los que fueron cremados o ataúdes con los cuerpos desenterrados, luego de dos años de sepultura. Este rito, el de velar al difunto, sacarlo de su casa, llevarlo al cementerio y enterrarlo, cierra un círculo, una etapa y solo entonces, la familia acepta que la persona ha partido.
“Cura el alma, no significa olvido, pero es una despedida”, dice el sacerdote.
La exhumación dura aproximadamente dos horas. Se hace cuando el cadáver ha cumplido dos años de fallecido y luego de un trámite legal. En el caso de Loro, el juez autorizó el traslado del cadáver para que sea sepultado en Bernal y la familia está cumpliendo con la tradición.
A las once de la mañana llega el féretro al lugar que fue su domicilio. Ahí será velado hasta las tres de la tarde. Aquí hay capilla ardiente, un toldo en la calle y muchas sillas para recibir a la gente que acudirá a la ceremonia.
A las tres de la tarde, los familiares sacan el ataúd. Con tres inclinaciones frente a la puerta de la casa ‘se despide’. Una banda de músicos acompaña el cortejo que luego pasará por aquellos lugares en los que solía estar. Se oficia la misa y finalmente se entierra el cuerpo. Luego de dos años, los restos mortales de Manuel Loro están donde él quiso que estuvieran, al lado de sus padres y de sus familiares.
Reconciliación
El psicólogo Javier Gonzales señala que velar el cadáver, despedirlo, oficiar un ritual religioso significa también una reconciliación con la vida. Esto lleva a la aceptación de que el ser querido se fue para siempre y hace menos doloroso el duelo que dura dos años.
“Tener una tumba donde llorar al familiar, colocarle ofrendas florales mengua el dolor, lo contrario lo duplica”, señala.
En efecto, los familiares quieren tener cerca los restos de sus seres queridos. Es tradición en nuestra sociedad colocarle flores los días lunes, mandar a oficiar misas, ofrecer comida en su nombre, rezar por su alma.
Cremaciones
En los primeros días de la pandemia, la mayoría de cádaveres se cremaban, pero llegó un momento que los crematorios colapsaron y resultaba costoso. Solo quedaba enterrarlos en fosas comunes. Muchas veces se vio por la televisión cómo los familiares seguían a las carrozas fúnebres para saber hacia dónde llevaban el cadáver. Fueron días de mucho dolor. A la pérdida del familiar se sumaba la impotencia de no poder despedirlo.
“Lo vimos entrar caminando al hospital y luego todo era como un mal sueño. Ni siquiera teníamos la certeza de que estaba muerto, porque no lo vimos el cajón”, es lo dicen los parientes de quienes perdieron a sus seres queridos en esta pandemia.
No se permitía el ingreso de familiares a los cementerios. Uno o dos como máximo, para saber dónde quedaba sepultado el difunto. Los familiares regresaban a casa y no podían realizar el duelo de los nueve días, la misa de levantamiento de Cristo, la misa de mes, de seis meses o de año.
Todo eso era virtual, pero no es lo mismo. Dos años después se está dando el último adiós a aquellos “que no pudimos despedir”. Se está cerrando un circulo. El mundo vuelve a girar.
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