Por: Gerardo Cabrera
La vida es una felicidad fría y adrenalínica cuando estás bajo el peso y vapor de una cascada. Pocos se atreven a ingresar allí, quizás por no saber nadar, o por el impacto de la energía que emana de la caída del agua, o por el temor a animales salvajes que pueden asomar. Es un momento inolvidable donde parece que ni el tiempo se siente, donde la gravedad, incluso, sea distinta. Esto me sucedió en Montero.
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Lo cierto es que la sensación antes descrita fue provocada por la “Catarata de Sicacate”, ubicada en el distrito de Montero, provincia de Ayabaca, en la sierra de Piura. Es una caída de agua de unos diez a doce metros, cuya naciente se pierde en las montañas del sector Los Molinos, en terreno ayabaquino, sobre los 2,500 metros sobre el nivel del mar, y baja por páramos, potreros y chacras donde se siembra la papa, el maíz, la yuca, la caña, el café y el plátano, hasta llegar al caserío monterino llamado Sicacate.
Para llegar a Montero desde Piura (el pasaje cuesta 50 soles en camioneta, no hay buses que trasladen directamente), el viajero, turista, investigador o aventurero debe tomar la carretera que pasa por la ruta Piura – Tambogrande – Las Lomas – Cruce de Sajinos – Paimas (doblar a la izquierda en) Puente Paraje y arribar así en Montero, que es un distrito apacible y de clima tropical sobre los mil metros de altitud, donde se podrá encontrar una serie de hospedajes y restaurantes, señal de internet óptima, tiendas de abarrotes y servicios de mototaxis o vehículos que pueden transportar al visitante sin problemas hacia Ayabaca ciudad, si así lo quisiese.
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Sicacate es uno de los caseríos más antiguos que tiene Montero desde que empezó como distrito, en 1935, y tiene una hidroeléctrica que aporte energía a la provincia.
Esta hidroeléctrica está ubicada junto a la quebrada Sicacate, cuyas aguas son las mismas que, metros más abajo, generan la hermosa catarata y una poza enigmática con una especie de cueva, piedras resbaladizas y enormes donde reposan los espectadores y bañistas.
Llegar a Sicacate es posible gracias a dos vías. La primera es la carretera, que conduce desde la capital del distrito a los largo de unos quince a veinte minutos, que pueden ser aprovechados para detenerse en algún mirador natural y apreciar el valle de Montero. El mototaxista suele cobrar, ida y vuelta, entre 20 a 30 soles.
La segunda vía es un sendero bien antiguo y de piedras que suele ser usado en octubre por los peregrinos del Señor Cautivo de Ayabaca: aquí el tiempo de caminata puede ser desde una a dos horas, según el nivel de exigencia y rapidez física. Nadie se puede perder, basta que se pregunte a cualquier monterino: “¿Por dónde voy a Sicacate?”. La amabilidad es una característica de este distrito.
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El pueblo Sicacate es ciertamente bonito y apacible. También hay tiendas de abarrotes, un colegio, una posta médica y una cancha de fulbito, además de la luz eléctrica y señal telefónica. Desde aquí se aprecia el distrito, a lo lejos, diminuto.
La catarata: paraje casi inexplorado
El camino hasta el paraje acuático, protagonista de esta historia, empieza desde el mismo caserío Sicacate: exactamente desde el desvío de la carretera que lleva a otro caserío llamado Nuevo Progreso, caminando por unas invernas. Antes de todo, es preciso solicitar permiso o avisar, educadamente, a las familias cercanas.
Sobre el punto anterior, el alcalde de la Municipalidad de Montero, Alcides Merino, el regidor Rodrigo Ávila y Gary Guerrero, jefa de Desarrollo Económico Local, me comentaron que están trabajando un proyecto, junto a las comunidades del distrito, para mejorar los accesos a las cataratas y demás parajes turísticos del distrito con caminos adecuados para todas las edades, señalización idónea y capacitaciones en los caseríos.
En ese contexto, si por primera vez se visita Montero, el turista puede consultar sin problemas en la municipalidad del distrito, situada frente a su Plaza de Armas, para que los guíen o les brinden referencias exactas.
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Según el diccionario de la Lengua Española, “catarata” es “una cascada o salto grande agua”. Y esta lo es. En persona, la catarata impacta, empuja, golpea, y si es en invierno -durante los meses de enero, febrero o marzo-, más aún.
– ¡Esa tiene más de 10 metros de caída! – gritó Martín Calle Jiménez, mientras entraba a la laguna.
Nadar hacia el borbollón que genera la catarata en la poza es una de las cosas más alucinantes que se puede sentir. Estás arropado por la propia naturaleza, rodeado de admirables rocas y árboles o aturdido por la fuerza de la corriente. Pero es felicidad, quien haya estado en contextos similares lo podrá corroborar. Y si no lo sabe. Pues viaje a Montero y descúbralo.
