-Yo pensé que mis padres no me querían, me dijo cierto día una mujer.
-¿Por qué pensabas eso? -Le pregunté.
-Porque ellos siempre permanecían ocupados en su trabajo, en sus quehaceres y no me dedicaban tiempo. Yo quería que ellos estuvieran conmigo, que me mimaran, pero no lo hacían. Además eran secos, no eran afectuosos.
-Y cómo sanaste esa herida?- le volví a interrogar.
-Una vez tuve un accidente que casi me muero. La persona que iba junto a mi lado en carro falleció. Ni bien se enteraron mis padres acudieron presurosos y, al verlos llorar, entendí que sí me querían, que se interesaban por mí, que yo les importaba. Desde aquella oportunidad cambiaron mis sentimientos y empecé a ser muy feliz con su amor. Ellos también cambiaron: se volvieron más cercanos a mí y más afectuosos. Supongo que también se dieron cuenta de su error, de lo frágil que es la vida y que en cualquier momento nos podemos separar.
Del testimonio de esta mujer podemos sacar dos lecciones de vida: Primero, si crees que tus padres no te quieren, es posible que estés muy equivocado. Te aseguro que ellos si te quieren, pero no saben cómo expresar su amor. Piensan que una forma de amarte es trabajar más para que te puedan dar lo mejor. Por su puesto que esta forma de expresar su amor es un error, pero eso no quiere decir que no te quieran. Así es que quítate de la cabeza esos pensamientos y descubre que ellos si te quieren.
La segunda lección es: si eres padre o madre y amas a tus hijos busca el modo más efectivo de darle tu amor; dale tu tiempo, tu afecto, que es muy importante y valioso para ellos. No esperes pasar por experiencias límites para expresar tu amor a tus hijos. Sé amoroso con ellos hoy, diles cuanto los quieres y lo importante y valiosos que son para ti. Recuerda los versos de Ana María Rabatté: “En vida, hermano, en vida”.