Los piuranos andariegos y festivos tenemos una Semana Santa atípica que será recordada, seguramente, por muchos años.
El enclaustramiento obligatorio impuesto por el gobierno, más allá de dejar sin bacanales de malarrabia, sin playa y sin campamento a algunos jaraneros, invita a la reflexión espiritual, pero también a la acción.
Esta pandemia está haciendo vivir a los cristianos una Semana Santa confinados en sus casas; sin embargo, la ventaja en este tiempo de redes sociales es que las celebraciones litúrgicas se podrán seguir en vivo, desde cualquier lugar. El propio papa Francisco lo hará desde la golpeada Roma, que luce fantasmal por estos días, y así lo harán también los sacerdotes de las parroquias locales.
Pero como de pan no solo vive el hombre, la fecha es propicia para evaluar nuestro propio aporte en la lucha contra el COVID-19. ¿Estamos realmente contribuyendo en algo? ¿Estamos siendo solidarios con los que menos tienen? ¿Somos fraternos y consecuentes con el resto de peruanos que enfrentan en las calles y los hospitales a la pandemia? Como dice el Papa, en estos días de recogimiento debemos prepararnos para ayudar y construir un futuro mejor.