La magistral ponencia sustentada por el Dr. Carlos Ayala durante la capacitación de especialidad que organizó la Universidad César Vallejo me hizo reflexionar sobre la cuestión: terminada la pandemia, el teletrabajo es un fenómeno que ha llegado para quedarse de manera perenne; sin embargo, ¿cómo van a conciliar los estudiantes a largo plazo la vida privada con la vida profesional cuando su casa es oficina y hogar a la vez?
Si bien es cierto el estrés convencional propio de la pre-pandemia se ha inhibido considerablemente; en grandes ciudades como Lima la población ahorra tiempo y ¿costo por la ausencia de desplazamiento, vestimenta, por otro lado, el exceso de horas sentadas delante de la pantalla aumenta los riesgos músculo- esqueléticos en los estudiantes, los problemas para conciliar el sueño debido a la alteración del reloj biológico.
En consecuencia, se acentúan trastornos como la nomofobia, fenómeno definido por los expertos como la incapacidad de convivir sin el celular por intervalos de tiempo largos. Ello nos indica que la tecnología ejerce una fuerte influencia inconsciente en nuestro modus vivendi, como si fuera un sistema autoritario donde supeditamos nuestros patrones de comportamiento al ritmo de la virtualidad. Es cierto que la economía de la información ha democratizado el conocimiento en tiempo real a casi todos los estratos socioeconómicos, permitiendo a los profesionales (sobre todo centenialls) competir en igualdad de condiciones, la mayoría de ellos se queda en la fase de acumulación de datos sin pasar a la fase de internalización cognitiva de los mismos porque no se cuenta con los retos físicos para ejecutarlos.
Aprovecho esta realidad problemática para hacer la verbigracia en base al diálogo entre el nieto y el abuelo donde el primero le pregunta qué recursos utilizaban para solucionar los problemas, a lo que el sabio responde: ¡la cabeza! La tendencia en nuestra sociedad actual es delegar las dudas de nuestros problemas a san Google bajo una espiral de inmediatez sin margen de tiempo para formar ese conocimiento. La tecnología en si no es mala si sabemos darle un uso eficiente, al contrario, acentúa el desempeño de competencias siempre y cuando no vayamos por la vida como pollos sin cabeza a 3000 kilovatios. Docentes, hagamos que los jóvenes aprendan como millenials con la experiencia de un babyboomer desde la conciencia.