La ciudad de París fue el centro cultural del mundo occidental y atrajo hacia sí a gran cantidad de artistas e intelectuales de diversas nacionalidades. Así fue que en la primera mitad del siglo XX se llevó a César Vallejo y en la segunda mitad del mismo siglo se llevó a Julio Ramón Ribeyro. Ambos escritores peruanos, uno poeta y el otro narrador, compartieron experiencias espaciales, ya que no temporales, en una ciudad afamada por su luz, por la belleza de su arquitectura, por la sorprendente calidad de sus obras de arte y por el ingenio de sus filósofos y políticos. Ellos también sintieron sobre sí la influencia poderosa de esa ciudad y pensaron cosas que podemos leer en algunos de sus libros.
Resulta interesante comparar las reflexiones personales o datos interesantes similares que aparecen en dos de sus obras: “Prosas apátridas” (de Ribeyro) y “Contra el secreto profesional” (de Vallejo).
Vallejo afirma que, “en realidad la muerte no queda cerca ni lejos de la vida”; mientras que Ribeyro se refiere a “una verdad esencial que a menudo olvidamos: la presencia de la muerte en nuestra vida”. No es difícil percatarse de la similitud de pensamiento: ambos escritores demuestran, con sus expresiones, que la dupla muerte – vida es inseparable, que constituyen las dos caras de una misma moneda, inseparables de manera ineluctable. Es la preocupación compartida por el abismo existencial que la mente humana no ha terminado de aprehender adecuadamente, pero que siempre nos acompaña.
En otro momento, Vallejo nos sorprende diciendo que “el coito en que el padre de Dostoiewsky engendró al gran novelista vale tanto como El Idiota”; mientras que Ribeyro reflexiona que “lo importante no es que Leonardo haya producido La Gioconda sino que la especie haya producido a Leonardo”. Nueva coincidencia de pareceres: tanto Vallejo como Ribeyro destacan la importancia superior de la especie humana sobre la pura individualidad excepcional, alejada de lo que Desmond Morris llamaba “la corriente principal de la especie”. Ambos preconizan el misterio de las potentes fluencias genéticas que diversifican y engrandecen las posibilidades del talento humano.
Vallejo afirma enfáticamente que “los intelectuales son rebeldes, pero no revolucionarios”; mientras que Ribeyro comenta, un poco tímidamente, “Yo estaba de acuerdo con la manifestación de la que hablaban e incluso con la huelga, pero no con la vulgaridad de sus ademanes…” Vallejo establece una diferencia categorial histórica y Ribeyro la confirma con su anécdota personal.