En lo que va del año debemos preguntarnos, cuántos objetivos planteados vamos cumpliendo a la fecha y cuántos vamos postergando detrás del falaz “no puedo”; porque, seamos sinceros, tal como afirma el columnista Palacios, querer es poder y el incumplimiento de las metas está más relacionado con la falta de sinceridad en reconocer “el no quiero porque tengo otras prioridades más urgentes que atender en estos momentos”; comúnmente relacionadas con una mayor rentabilidad inmediata para nuestros intereses, pero que el ego busca ocultar detrás de la opinión de los demás. Ejemplificando, un joven al cual no le gustan las matemáticas y que se resiste al desarrollo del ejercicio en la pizarra, bajo el pretexto de la escasez de tiempo o al grado de dificultad del mismo, está protegiendo las incompetencias detrás del “súper yo” frente una sociedad que penaliza el fracaso. Por tanto, ante el riesgo de dañar la propia autoestima, preferimos procrastinar las tareas ilimitadamente, es decir dejar para mañana lo que se debe hacer hoy.
Así como sucede en el plano personal, el político encaja a la perfección con este concepto, porque habla mucho con tecnicismos de significado retórico, pero construye poco, toda vez que la actual coyuntura es coincidente con esta realidad. La incapacidad de gestión, de habilidades ejecutivas se enmascaran en sobre-regulaciones burocráticas que dilatan interminablemente en el tiempo, el cumplimiento de las demandas sociales de la población.
Es preciso acotar, que el político tiene la habilidad de hacer de una solución un problema para defender su posición; a pesar que, a su espalda, la región continúa con altas tasas de pobreza, una anemia descomunalmente elevada, una tasa de feminicidio que se incrementa cada 2 horas 30 minutos y una inseguridad ciudadana agresiva; no abogando por la simplificación administrativa en cuanto a la ejecución de las acciones. Correlativamente, si queremos que este año sea mejor que el anterior, es necesario que los pensamientos se asocien a la acción como un mecanismo para la reingeniería del comportamiento humano.
En suma, si queremos líderes que provoquen cambios sistémicos en la sociedad, el discurso y la acción deben estar alineados a la misma escala de valores, de lo contrario seguiremos en piloto automático manifestando altos niveles de descontento social.