Por: Pbro. Miguel Medina Pacherre / SACERDOTE
¿Culpo a los Obispos?, NO, sólo expongo su papel crucial, ellos son el factor clave. Los curas, incluido el Papa, iniciamos a diario la Santa Misa arrepentidos diciendo: “He pecado mucho, de pensamiento, palabra, obra y omisión, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”; por eso, no sería justo ni honesto tirar la pelota a alguien; todos tenemos una grave responsabilidad en esto, ya sea por callar lo que nos pasa, o, por la indiferencia frente a quienes están “perdiendo altura”; “Mayday” como los pilotos, pedir ayuda a tiempo.
Nos dijo Jesús: “Sin mí nada podéis hacer” (Jn.15,5), frase que nos invita a poner verdadera atención a la gracia, a la amistad con Jesús, la confesión frecuente, estar injertados al tronco como sarmientos alimentados y sostenidos por Él; dijo San Juan María Vianney, “Si tuviera a Jesús Eucaristía en las manos, aunque me fuera al infierno, el infierno dejaría de serlo”; la gracia ayuda a la naturaleza cuando la naturaleza acude humildemente a ella.
Hay circunstancias que nos entibian hasta el enfriamiento y muerte: pérdida del fervor, rutina, situaciones personales, escasa vida espiritual, falta de prudencia, escasez de fraternidad y de verdaderos compañeros, superficialidad, “celularitis”, activismo pastoral, tendencia al consumismo y al dinero, “enredados” y atrapados en las redes, amistades peligrosas y otros descuidos.
Somos sacerdotes del y para el pueblo de Dios, y éste, juega un papel importantísimo, la comunidad parroquial es nuestra familia más cercana y puede ser el mejor consuelo para el sacerdote; una comunidad que ama, ora, acompaña y ayuda espiritual y pastoralmente, una comunidad que promueve, cuida y protege la santidad y fidelidad de sus sacerdotes; pero a veces andamos lejos de las necesidades espirituales de nuestros fieles.
Dijo Jesús: “Yo los he escogido del mundo y por eso el mundo los odia” (Jn.15), el mundo es agresivo y peligroso, y, si no estamos bien cogidos de la mano de Dios, sucumbimos, se trata de no seguir las exigencias o sus criterios que mundanizan nuestra vida sacerdotal.
“Tengan cuidado porque los envío como corderos en medio de lobos; sean mansos como palomas, pero astutos como serpientes” (Mt. 10,16ss); el mundo aparenta ser amigo, pero es un lobo disfrazado de pastor que busca devorar, seducir, atraer, engañar, nos aparta y divide al presbiterio, nos enfrenta, nos aísla y nos entibia; reducida piedad mariana, celebraciones apuradas o por dinero, pisamos el palito y, “poco a poco con el tiempo fui alejándome de ti, por caminos que se alejan me perdí”.
Somos la Iglesia inconmovible cimentada sobre roca, pero también la Iglesia es una barquilla frágil en el océano de tempestades; no obstante, algunos superaron las más duras borrascas y huracanes, obviamente, bien cogidos de la mano de Dios y de María, de algún amigo y nuestra comunidad parroquial, “Mi alma está unida a Ti y tú diestra me sostiene” (Sal.62)











