Durante el fin de semana, el debate se centró en el rol del Congreso: ¿populista?, ¿justo?Cuatro países han manifestado su molestia frente a la decisión de suspender el cobro de los peajes y varios analistas aseguran que el Legislativo pretende regalar pan y circo. Algunos llaman a esto “institucionalizar la cultura del perro muerto” (le agregan las decisiones sobre el cobro de servicios y otros), pero ¿acaso no es sensato pensar en  flexibilizar las reglas de juego en un estado de emergencia?

Es un juego que camina a empatarse y es un deber del Gobierno buscar equilibrios: el primer gol lo anotaron las empresas logrando la aprobación de la suspensión perfecta de labores. El segundo gol fue de los especuladores que etiquetaron la azitromicina y el oxígeno al precio que les  daba la gana (“precio de mercado” le dicen).

La ciudadanía, a través del Ejecutivo y del Congreso, también está por meter la pelota al arco y nivelar los resultados: se podría venir un control de precios necesario para evitar que el afán de lucro se desborde y rebase otros criterios más urgentes, como la humanidad, la protección social, la justicia y la salud colectiva. Constitucionalmente, parece posible. Lo dicen algunos especialistas, pero la palabra final la tiene el Tribunal Constitucional.

Hablar de populismo y pretender que todo lo relacionado a él es necesariamente peyorativo es caer en una grosera generalización que podría perjudicar la búsqueda de soluciones políticas para la grave situación que atraviesa el país. Si el populismo implica tomar decisiones  soberanas (así se molesten los socios extranjeros de los peajes), si es populista ponerle un alto a la desvergonzada alza del oxígeno en todo el territorio nacional, si es  populista garantizar el acceso a la medicinas y evitar que los “vivos” de siempre especulen con los productos de primera necesidad, bien vale ser populista.

La pandemia ha suspendido de manera indefinida las ilusiones del libre mercado, la mano invisible, competencia perfecta, libre concurrencia, o como se le llame; en el  mundo real que vemos todos los días hay personas que pueden abastecerse de alimentos para quince días, y otros menos afortunados que arrancan al peligro los panes que llevan diariamente a sus hogares. Reflexionemos un poco más y preguntémonos si todo control es malo.