El balance de la tragedia en una discoteca de Los Olivos, que dejó trece muertos es muy penoso y preocupante por los niveles de desobediencia y desprecio por las normas de Estado y hasta por la vida misma.
Según el Sistema Informático Nacional de Defunciones (Sinadef), el Perú registra a la fecha más de 52 mil muertos; casi el 80% de ellos a causa del Covid-19. Es más, Perú figura en segundo lugar en el mundo con más mortalidad por el coronavirus.
Ni siquiera estas cifras de espanto han logrado contener a un sector de la población que sabiendo del riesgo que significa el virus, y aun a costa de las sanciones a su rebeldía, continúa haciendo oídos sordos y desafiando a la propia muerte; como ocurrió en el sepelio de las víctimas de esta discoteca, cuyas amigas danzaban con el féretro, sin mascarilla.
Un problema es tener que salir a trabajar y otro salir a divertirme en pleno toque de queda, desafiando a la autoridad y contribuyendo con ello a la propagación del virus culpable de miles de muertes y de haber generado agudas crisis económicas en países del mundo. Parece que hoy hasta el respeto y solemnidad a la muerte se ha perdido.