Faltan dos días para la llamada “Marcha de Lima” -otrora conocida con el nombre poco sutil de “Toma de Lima”- y el debate sigue estancado en si el Gobierno reconoce o niega a la ciudadanía -a un sector, para ser claros- el derecho a la protesta.
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Creemos que a estas alturas es claro que ese no es el punto principal, pues una democracia no es viable si las múltiples voces son acalladas y solo se admite una narrativa oficial y convenida como gran verdad social. ¿Ocurre eso en el país? Una democracia no es posible si las libertades cívicas fundamentales son coartadas para proteger los privilegios de unos cuántos, ya sean privilegios políticos o económicos, o prevendas derivadas de la corrupción y el crimen. ¿Eso está pasando en el país?
En vez de todo lo mencionado, el consenso general es que la protesta no solo es posible, sino necesaria para garantizar la pluralidad en el país, pero este derecho debe ser ejercido sin apelar a la violencia. ¿Es preciso que a una protesta, en la que se exige una solución política a una crisis más general, los participantes acudan portando armas o cualquier instrumento que pueda ser empleado parta vandalizar las calles? ¿Acaso los manifestantes creen que encontrarán una muralla de escudos y prepotencia policial premeditada que los obligue a “defenderse”? La democracia no puede sostenerse con premisas de sospecha mutua, y el reconocimiento de un derecho implica también la aceptación de un deber. Las discrepancias siempre son posibles, pero dentro de los marcos de la ley y del respeto.
Entonces, el problema no es la protesta, no es la “Marcha” o “Toma de Lima”, sino que ésta se desarrolle en paz. Nuestro país se encuentra en una situación extremadamente delicada a nivel económico, social y sanitaria; básicamente, estas crisis podrán empezar a ser sorteadas con un incremento de la productividad y, claramente, de la inversión. Un país convulsionado no es un escenario ideal para la inversión, el crecimiento y el desarrollo. Diversos especialistas consultados por este diario -que advierten con regularidad sobre los riesgos del populismo y de ciertas aventuras “buenistas”- también han llamado la atención sobre la necesidad de crear bases para un país moderno a partir de consensos realistas y lejos de los conflictos innecesarios. ¿Será posible?
