Francisco Sagasti es hasta ahora un personaje público que no encaja con el prototipo del político tradicional tramposo, acriollado, charlatán, mentiroso o populista. Por el contrario, es profesional con experiencia, ilustrado, culto, sensible, honorable y hasta modesto; el ejemplo de lo que debería ser quien ostenta la presidencia y representa a todo un país.
Para la feroz jauría que hoy se escuda tras el oficio de “político”, Sagasti es un peligro porque puede imponer un estilo y reformar el patrón del político que hoy conocemos, pues no engaña, no está manchado con la tinta indeleble de la corrupción; es ético en sus ofrecimientos y pide perdón sin arrogancia a los peruanos y a las familias de las víctimas de la crisis.
Hasta ahora esa es la impresión que Sagasti ha dejado en muchos peruanos y lo que ha permitido acallar las protestas en las calles. Lástima que personajes como él solo aparezcan como solución momentánea a una crisis o sean opacados por líderes cuestionados; pues en medio de la avalancha de candidatos que hoy tenemos, Sagasti, sin dudas se los lleva de encuentro… ojalá podamos encontrar más Quijotes como él y adecentar la política nacional.