“Por encima de todas las demás libertades, dadme libertad para conocer, para expresarme y para argumentar libremente según mi conciencia”.
Recurro a esta cita porque llama mucho la atención la manera como son utilizadas las redes sociales, para atacar, insultar, calumniar, difamar, atentar contra la honorabilidad de las personas, por el simple hecho de no estar de acuerdo con sus puntos de vista, discrepar o decidir, ciudadanamente, votar por alguien que no es de su agrado. ¡Grave atentado contra nuestra libertad!
De un tiempo a acá, gracias a la pandemia, se ha sentido con mayor claridad la tendencia a una democratización de estas redes sociales. Todos hacemos uso de ellas.
Pero hay quienes, equivocadamente, creyéndose dueños de la verdad y con la “autoridad debida”, agreden a otros con métodos extremistas. Por ejemplo, es común en ciertos políticos el uso de términos, como “miserables”, “lacayos”, “vendepatria” “basura”, “terruco” y otras palabras irreproducibles. Lo lastimoso es que esto viene de ciertos profesionales, también.
Nos sentimos orgullosos de ser demócratas, tolerantes, de equidad, y respetuosos de la diversidad, pero en los hechos salta a la luz todo lo contrario.
Estamos en el derecho de criticar, de acuerdo, pero se procede teniendo las pruebas necesarias y la autoridad moral necesaria, pues es muy frecuente encontrar a quienes claman “¡al ladrón, agarren al ladrón!”. Y, ¿quién es el que clama?
Remarco: diferenciemos al que actúa por sed de justicia del que actúa por resentimiento. Pues aquellos que permanentemente lanzan sus encargos plenos de venganza, entiendan: no se trata de vengarse a todo trance de un adversario, se debe esperar hasta tener la mano enteramente llena de verdades y justicias y poderlas evidenciar, de tal modo que coincida con ejercer justicia al discrepar y confrontar nuestras diferencias. ¡Hermosa libertad!
Y a estos ciudadanos amantes de la diatriba, recordemos que la mayor utilización de injurias y ofensas es de cobardes.
No recurramos a la condena. No miremos la paja en el ojo ajeno; miremos, por si acaso, la viga que tenemos en el nuestro.
