La salud mental, emocional y hasta espiritual, diría yo, pasa por la respuesta a una pregunta muy sencilla: “¿Quién eres?”. Mucha gente que cree que es Napoleón, Alan García, la Reina de la Inglaterra y, hasta, Dios. Esto es en el nivel más extremo, pero hay gente que tiene autoconceptos más sutiles, como: “Soy alguien que no sirvo para nada”, “soy un inútil”, “soy muy inteligente o soy un bruto”, etc. Es muy conocida la frase que usan algunas personas: “Es que tú no sabes quién soy”.
Jesús fue un hombre que sabía quién era. Esto se percibe claramente en el episodio de las tentaciones. Cuando, después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, se acerca el demonio y le dice: “Si eres Hijo de Dios haz que estas piedras se conviertan en pan” (Mt. 4,1). Si ponemos atención nos daremos cuenta que el demonio ataca a la identidad de la persona de Jesús, queriendo hacerle dudar. Por eso le dice: “Si eres”. Como Jesús sabía quien era no tenía la necesidad que demostrar nada. Por eso no cayó en la tentación.
De igual modo Juan el Bautista sabía quién era. Como él se había vuelvo famoso, muchos creían que era el Mesías. Por eso los fariseos envían mensajeros para preguntarle: “¿Quién eres? ¿Eres el Mesías, Elías o el profeta?”. Juan podría haber usurpado el título de Mesías y así ganaba más seguidores. Pero él dijo: “Yo no soy el Mesías. Soy la voz del que grita en el desierto” (Jn. 1,21-31). Juan sabía cuál era su lugar y cual su misión.
En los Hechos de los apóstoles hay un episodio desafortunado donde unos exorcistas quieren expulsar a un demonio de un hombre en nombre de Jesús, a quien Pablo predica. En un determinado momento el demonio les dijo: “Conozco a Jesús y sé quién es Pablo, pero ustedes ¿quiénes son?”. Como no supieron responder a esta pregunta el demonio se arrojó sobre ellos” Hech. 19,13-17).
Y usted, amable lector, ¿sabe exactamente quién es?