El corazón de las gentes tiene que tomar tierra y hacerse más vida entre nosotros. Hoy también urge, ponerse espiritualmente en camino hacia esa importante cita comunitaria, a través de los diversos latidos de los moradores, para descubrir que hemos de escucharnos más y así entendernos mejor. La coraza de la indiferencia hay que desterrarla de nuestro abecedario de sentimientos.
Tomemos interés en sintonizar con los diversos pulsos existenciales, tratemos de mirar y ver con el ánimo de la voluntad, quitemos durezas y cerrojos de nuestro espíritu. Asimismo, volemos unidos en familia para ganar fortaleza y acrecentar, de este modo, el vivo deseo del cultivar el abrazo, después de hallarnos y reencontrarnos en una atmósfera de esfuerzo perseverante; pues, lo esencial, es invisible para los ojos. Únicamente, se ve bien aquello que se amasa con la visión interna de la conciencia. Algo imprescindible para construir otro mundo muy distinto al actual, al menos en cuanto a que sea más justo, seguro y saludable para todos.
Frío el altar del órgano que cada cual lleva consigo, todo se envicia y corrompe; e, igualmente, tampoco pueden fecundar los sueños. Pensemos en esas gentes que nos precedieron y que aún hoy en día nos siguen hablando, me refiero a esos Reyes Magos que llegaron a Belén, motivados por esa fuerza interior, acompañado de un vivo deseo de hallar al Niño y de un esfuerzo perseverante por conseguirlo, dejándose guiar dócilmente por la estrella.
Era todo tan poético, tan salido del alma, que la contemplativa gloria divina, todavía ahora nos deja sin palabras. Transitando internamente el itinerario del Redentor, desde la pobreza del pesebre hasta el abandono de la cruz, comprendemos mejor la mística del amor, de ese amor que tengo que ser, para conciliar entrañas que no pueden juzgarse sin el corazón conmovido. Al fin y al cabo, todos somos una ruina a recuperar en este moverse por la tierra, con variadas cuerdas, pero que un buen músico sabe hacerlas vibrar todas, para reconstruir el mejor concierto viviente.
Con la pandemia ya hemos descubierto que todos somos vulnerables. Esta es la peor atmósfera, la de estar hambrientos de amor. Andamos desprovistos de humanidad. Las necesidades humanitarias se han duplicado. Faltan soplos que trabajen, corazón a corazón, para calmar a esa masa de indigentes y desamparados. El intelecto está bien, pero no sirve para abrir moradas, donde se conjugue el verbo amar en todos sus modos, tiempos y personas.