Hay desgobierno cuando no se tiene un discurso claro y hay una evidente crisis de comunicación en el Consejo de Ministros.
Francisco Sagasti, por añadidura, no aparece; si lo hace, es como miembro del reparto y no como el protagonista político y administrativo que la nación requiere.
¿Por qué el Gobierno se hace tantos líos para decirle a los empresarios que no comprarán vacunas por ahora? ¿Por qué un ministro sale con una información y veinticuatro horas más tarde alguien lo rectifica? ¿Acaso hay dos posturas al interior de la PCM? ¿A cuál apoyará Sagasti? ¿O el acuerdo con el sector privado en realidad ya fue hecho y la información se filtra a cuentagotas, con idas y venidas, porque nadie ha descubierto la manera -salvo la renunciar por fax- para confesar algo a la ciudadanía sin mirarla a la cara. Si el Gobierno tiene una postura clara -sinónimo de que hay, en este serio tema, un proyecto común, un consenso de acción-, ¿por qué jugar a sembrar suspicacias en un pueblo cansado de enterarse cada dos días de una nueva felonía política?
Si algo debe quedar claro es que, a pocas semanas de las elecciones, no podemos hacer demasiados cálculos políticos y solo deben primar aquellos que permitan tener una transición tranquila, que fortalezca la representatividad de las instituciones, que inyecte confianza en la ciudadanía y en el respeto a sus decisiones. En otras palabras, no se debe mentir con discursos de cangrejo, con aparentes discrepancias que muchas veces esconden consensos sucios o difícilmente explicables.
Y si no el Gobierno no estuviera escondiendo algo, la situación sería mucho peor porque significaría que en el Ejecutivo no se tiene idea de lo que se debe hacer y se marcha según la corriente de opinión dominante, que a la larga es lo mismo que ser una cúpula resignada al rigor mortis prematuro, una élite política que no se comporta como tal. Es necesario que alguien ponga orden en la casa; si Sagasti no lo hace, pronto será el Congreso, este parlamento de calidad debatible, el que hará la tarea, con el posible riesgo de exacerbar el descontento de una nación estafada.
¿Estamos preparados para una nueva crisis política en uno de los momentos más graves de la crisis sanitaria? ¿Lo merecemos?