En el convulsionado ambiente político peruano, el cambio de cuatro ministros cayó más cómo una jugada adelantada de Pedro Castillo, antes que el Congreso los censure.
Sin embargo, el meollo del asunto no es el relevo sorpresivo de estos funcionarios -que a simple vista tampoco tienen el perfil ni la experiencia-, sino el retraso y el manoseo grosero que se está haciendo a las políticas públicas.
Castillo tiene 10 meses de gobierno y ha designado (todo un récord) a 50 ministros; unos buenos, pero otros tantos (la mayoría) con bajo nivel para el cargo y con serios problemas con la justicia. El problema es que con tantos cambios e inestabilidad en el propio consejo de ministros, son los proyectos, la programación del trabajo y la inversión que debe dar tranquilidad, calidad de vida y desarrollo a la población la que se está afectando seriamente.
Cada cambio de ministro obliga a empezar de cero, porque el nuevo llega con otras propuestas, nuevas presiones y nuevo equipo de personas. A ese ritmo, el país no avanza ni el gobierno puede atender con eficiencia y eficacia las demandas de los ciudadanos, entre ellas la de salud, empleo y seguridad.
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