Hasta que por fin las autoridades se dieron cuenta de que los mercados eran el principal foco de infecciones de COVID-19. Las pruebas rápidas así lo confirman y hay casos en que hasta el 70% de comerciantes estaban infectados, pero seguían vendiendo frutas, carnes, pescados y verduras con el coronavirus como “yapa”. El resultado: el cierre del centro de abasto y no se sabe cuántos cientos de infectados y fallecidos salieron de allí.
A la mala se ha aprendido, pero la experiencia debe ser una buena lección para que a partir de ahora, los comerciantes -y también los consumidores- asuman nuevos hábitos de compra, atención y salubridad. Hoy no solo se requiere que los mercados tengan más espacio (distanciamiento) y orden, sino que incorporen un estricto protocolo de salud que va desde el uso obligatorio de la mascarilla, hasta el tratamiento y manipulación de los alimentos. Y esa tarea compete y debe ser responsabilidad de cada uno de los comerciantes; no se requiere que haya un militar o un policía detrás de ellos para cumplir con las nuevas exigencias sanitarias, pues de eso depende hoy el éxito de su negocio, su salud, su propia vida y la de los consumidores.