En las tertulias reflexivas con mi amigo Pepe Tafur viajamos a propósito de la pandemia, a las reminiscencias de la concepción heredada de la historia humana: ¿Por qué determinadas sociedades tienen mayor predisposición a contraer enfermedades nuevas que otras civilizaciones? La respuesta está básicamente codificada por la memoria genética de más de 300.000 años de transmisión homínida en distintas épocas cronológicas y zonas geográficas.
Cada civilización desarrolla una nomenclatura de reconocimiento y rechazo a las enfermedades que conoce en su medio de ambiente: así, por ejemplo, la tasa de mortandad por la peste bubónica en Europa a día de hoy es prácticamente inexistente por la inmune-resistencia desarrollada, a contraposición, que sucedería si un viajero agripado transmite un virus modificado en un área selvática remota del amazonas? Probablemente la respuesta de la tribu sea inmune-deficiente por que la información genética no identifica el ataque vírico; tomando como antecedente estas cuestiones es importante resaltar que cada vez estamos más expuestos a nuevos virus gracias al deshielo de la Antártida y cuya capacidad de fortalecerse es bastante adaptable en una sociedad tan debilitada y esterilizada como la nuestra.
¿Cómo no nos va a tumbar un simple resfriado con estas altas tasas de sedentarismo, obesidad, hipertensión arterial y esa psicótica conducta maternal de no dejar a los niños interactuar con los elementos de la naturaleza como la tierra y los gusanos cuando están en fase de crecimiento? Este sobreproteccionismo debilita el sistema inmunitario del infante porque no le permite a sus glóbulos blancos desarrollar mecanismos de defensa frente a los peligros externos.
Analógicamente es como una persona emocionalmente débil atada a su zona de comodidad que ante una amenaza soslaya el problema por miedo a lo desconocido o bien recurre a un tercero por incompetencia propia; en términos clínicos el cuerpo envía una señal al cerebro pidiendo auxilio medicamentoso para mitigar a los agentes patógenos.
En suma, el incremento de las enfermedades se da en una época de humanoides hipocondríacos donde sus anticuerpos no aprenden a desarrollar la visión periférica focalizada al contrataque premeditado de las mismas. Mientras el RNA del COVID-19 sobrevive 9 días en condiciones adversas, nosotros tambaleamos a la primera de cambio. ¿La solución? Laissez-faire al infante.