Se acrecienta ese mundo que adoctrina, que intenta modificar nuestro comportamiento provocando miedo e incertidumbre; activando actitudes salvajes que nos dividen en base a la confrontación y que nos separan con el chismorreo de la siembra de falsedades. La realidad habla por sí misma; y, en lugar de conciliar, avivamos enfrentamientos, aceleramos contiendas, impulsamos la propia destrucción del espíritu humano.
Quizás, para empezar bien cada cual su propia tarea, tengamos que mantener la mirada hacia otros horizontes más auténticos y respetuosos con toda vida. Por desgracia, multitud de gobiernos en todo el planeta nos desgobiernan, quitándonos sueños, permitiendo que los jóvenes sean ideologizados, que los niños sean explotados, o que muchos de nuestros mayores, no se les cuide cómo se merece cualquier ser humano. Desde luego, este ambiente desolador, es un mal que nos degrada como especie pensante. No olvidemos que lo importante son los marcos de referencia, los anhelos y las visiones, y estamos aquí para dejarnos acompañar en comunión y en comunidad.
La deshumanización, en parte avivada por grupos políticos a través de sus interesados programas, junto a la inhumanidad de ciertos poderes económicos, ciertamente nos viene derrumbando nuestra propia continuidad como linaje. No podemos ser una humanidad que no llore ante las tragedias que nos enfrentan. Acostumbrarse a este ambiente de guerra permanente es matarnos el corazón poco a poco. Lo peor que podemos hacer es dejarnos que nos apliquen la receta del poderoso, prendado al poder de su pedestal, muchos de ellos vestidos de pobre y con el cinismo de la sonrisa permanente a pie de obra, que consiste en dejarnos anestesiar, hasta insensibilizarnos de todo trance para luego domarnos y dominarnos a su antojo. Creo, por tanto, que nos hacen falta otras políticas, cuando menos más poéticas, o si quieren más de ideales que de necios programas de charlatanes, puesto que los que ahora solemos cultivar nos vuelven estúpidos, sobre todo a los que mandan y rencorosos a los que sirven.
Nos hace falta regresar a ese ambiente de concordia, de unidad y unión entre culturas diversas. Esto ya sería un gran avance para saber coexistir. En cualquier caso, jamás nos dejemos manipular. La libertad es nuestro mayor tesoro. Cuidado con las ayudas que nos brinden los acaudalados, a veces tienen un alto costo de utilización, llegando a menoscabar la salud, la moral o el bienestar psicológico que nos merecemos por mera dignidad. Sin duda, la crisis económica del COVID-19, lleva consigo un riesgo de retroceso, sobre todo de vacilación manifiesta y de absurdas batallas.