Compartíamos algunas ideas recientemente, respecto a esa necesidad urgente de cambiar el “chip” mental y entender de una vez por todas que las organizaciones cualesquiera sean sus objetivos o fines, necesita de líderes que puedan ejercer sus capacidades y habilidades en beneficio de dichas organizaciones; y esto incluye todo tipo de institución: empresarial, educativa, política, religiosa.
El liderazgo es fundamental por una simple razón: ¡contagia! Un líder es capaz de cambiar la visión de los demás, es el que respeta a todos sin importar el lugar que ocupa en la organización, es el que es capaz de despojarse de la corbata y remangarse la camisa para trabajar en el mismo equipo y bajo las mismas condiciones. El líder antepone las personas a los resultados, le importa que quienes lo rodean se sientan bien, les enseña el espíritu colectivo con el que se debe obtener resultados, es el que predica con el ejemplo y respeta a los demás para ganarse el derecho de ser respetado por todos, es el que no necesita pisar a nadie para llegar a sus metas; en esencia es el que predica con el ejemplo y respeta los valores fundamentales del ser humano.
Carlos Cuauhtémoc Sánchez en su libro “La última oportunidad” narra el proceso de elección de un director, y en donde se deja claramente establecido que cualquiera de los postulantes estaba técnicamente apto para obtener el puesto, sin embargo, señalaba que lo que se necesitaba es elegir a una persona con las mejores condiciones humanas y que no debía elegirse un currículum sino un verdadero líder.
Tiempos como los actuales, en donde las habilidades blandas resultan sumamente importantes en las relaciones humanas, es indispensable mirar con atención e iniciar esa reingeniería humana tan necesaria para transformar nuestra sociedad en un mejor lugar para vivir, y para ello es fundamental situar en la parte más alta de las organizaciones a las personas idóneas que con su liderazgo puedan conducirlas y hacerlas eficientes sin hacerlas inhumanas.