Walter Pater, quien fue profesor en la Universidad de Oxford y también profesor de Oscar Wilde, afirma que todas las artes propenden a la condición de la música, porque en ella el fondo es la forma y la forma es el fondo. Esta afirmación, propalada por Jorge Luis Borges en el prólogo de uno de sus libros de poesía, precisa el valor de la construcción poética como producto final de una concepción donde la música es un constituyente indispensable. La verdad es que todos los grandes libros de poesía, aquellos que han trascendido fronteras y el paso de los años, tienen una coincidencia: proponen y expresan una música, una melodía cargada de sentimiento que impresiona la inteligencia del lector.
Haber nacido en una ciudad de nombre melancólico, con calles y plazas que mantienen vivo el aire de historias románticas y llenas de melancolía, como es Jerez de la Frontera, debe haber servido para que el corazón de un niño, cuyo padre era compositor musical, desarrollara una inteligencia sensible y proclive a la creación estética. Así es como aparece el nombre de Manuel Alejandro, seudónimo del autor de la canción “Yo soy aquel”, que interpretada por Raphael se convirtió en uno de los grandes éxitos de la década de 1960. La colaboración sostenida entre el cantante y el compositor dio origen a la suposición que se trataba de un acuerdo inviolable. Sin embargo, no es así. Estoy seguro que a muchos sorprenderá informarse que Manuel Alejandro ha escrito canciones que han alcanzado la fama en la interpretación de artistas como Jeanette, José José, Emmanuel, El Puma, Julio Iglesias, Luis Miguel, Isabel Pantoja, Mirla Castellanos, Nino Bravo, Rocío Jurado, Marisol, Basilio, Lupita D´Alessio, Angélica María y hasta Plácido Domingo (“Soñadores de España”).
Manuel Alejandro es el nombre de un poeta que para el público masivo quizá no sea muy conocido, pero cuya sensibilidad se expresa en la voz de los intérpretes musicales que han hecho famosa su producción poética. Quizá habría que proponerlo para un Nobel de Literatura en atención a la profundidad emotiva con que ha calado en varias generaciones humanas.
La producción intelectual de Manuel Alejandro es realmente amplia y valiosa. Su intuición poética nos ha brindado letras de canciones que parece perdurarán muchos años más que los frágiles cuerpos de quienes aún disfrutamos (o sufrimos) sus audiciones; en las ardientes tardes piuranas o en las solitarias noches desérticas, mientras nos invade lentamente la nostalgia de las décadas ya transcurridas.